¡Ya tenemos nuevo pontífice! Pero desde la muerte de Francisco hasta la elección de León XIV hemos vivido un despliegue de medios sin precedentes en el que hemos podido ver cómo el exceso de información llega a saturar y nublar nuestra mente. Y esta sensación la vengo notando desde hace tiempo, y no solo en este tema, sino con cualquier tema de actualidad que acaba imponiéndose en los medios, estirándose como un chicle hasta la saciedad, produciendo desgana, cansancio y hartazgo. Cada día una idea, un tema, una realidad que lo engulle todo y se apropia, de manera persistente, de nuestro pensamiento. 

En el tratamiento del Cónclave y la posterior elección se ha jugado con el periodismo ficción, que es el que se hace a partir de suposiciones, a veces descabelladas y otras más sólidas, sobre los juegos de poder o las posibilidades de los candidatos olvidando, quizás, que toda elección tiene “un no sé qué que queda balbuciendo” y esa es la nota que pone el Espíritu Santo. Mientras, nosotros nos entretenemos en crear grupos de apoyo, lobbies y batallones de fandom vociferantes repartidos por todos lados, olvidando lo esencial, el «toque delicado» de la elección. El ruido es la manera de llenar el vacío o la incertidumbre. Quizás necesitemos de algo más de silencio y de reflexión y, sobre todo, un poco de oración a la hora de enfrentarnos a estos y otros procesos, religiosos o no, porque no toda la realidad es un reality.

Una vez elegido el Papa, descartadas todas las hipótesis, todas las quinielas, todos los escenarios… pasamos a la siguiente pantalla: su persona. Y nos entretenemos interpretando todos sus gestos, analizando todas sus palabras, las muecas, el lenguaje no verbal, el sentido de lo que dice y lo que no, los pasos que da y su vida anterior. La maldita hemeroteca. Todos tenemos vida anterior, todo formamos parte de una historia. Y no hay nadie quien resista a ese espejo, a ese minucioso análisis, a esa exposición permanente. Porque todo, según cómo lo miremos, servirá para agarrarnos a nuestra manera de pensar, a lo que pensamos que tiene que ser, a lo que deseamos que sea. Nos afiliamos al grupo y comenzamos una carrera que tiene que ver más con la de un hincha furioso que con la de un cristiano comprensivo.  

Sí que me quedo ojiplático con algunas declaraciones de estos días, las que utilizan un lenguaje en contra del otro, lleno de desprecio y altanería. Una teología del desprecio que choca con la teología evangélica de la misericordia, del perdón, del setenta veces siete, de la acogida sin reservas, del amor al enemigo. He escuchado apelativos que hacen referencia al contrario o a quienes no nos gustan como los de “chusma sistémica” o “bazofia” y ese sonido retumba contra el mismo Sermón de la montaña. Entiendo que cada cual opine lo que quiera, pero que, a veces, en nombre de la fe vociferemos esos discursos, hay un trecho. Y siento entre rabia y pena. 

Volviendo a León XIV, están también las apropiaciones. Todo el mundo lo quiere en su equipo, que esté de acuerdo con sus tesis, con su visión de la Iglesia y de la vida. Y comienza un juego que llega hasta extremos que me parecen ridículos y me provocan sonrojo. Porque en apenas cinco días desde su elección, todo el mundo ha estado, vivido, conocido, entendido o admirado al nuevo Papa. Todo el mundo tiene una conexión por remota que sea con el pontífice. Y esta moda de la apropiación, en la mayoría de los casos, tiene un punto narcisista que de nuevo esconde lo esencial, vuelve a desenfocarnos de lo fundamental que no es otra cosa que la invitación pascual a volver a Galilea, a volver al mensaje, la Buena Noticia. Creo que esa es la mejor manera de acogerlo y de acompañarlo. Centrarse en el Evangelio y ser constantes en la oración. Ese es el único camino.

Ya sabemos que es muy difícil huir de toda esta algarabía, pero lo contracultural comienza por cambiar el paso. Apostar por la atención amorosa que proporciona la soledad y el silencio, acostumbrarnos a discernir antes de opinar lo primero que se nos venga a la mente, posibilitar unas relaciones más centradas en lo que nos une y no en lo que nos separa, crear lazos, comunidad, encuentro y no divisiones inútiles, y dejarle espacio a la vida, que, como dice Amaia Romero en una canción de su último disco, “en esta vida todo viene y va, y luego nada es para tanto”. Pues eso, leyéndolo a lo divino, que nada es para tanto comparado con el Amor que Dios nos tiene. Y ese Amor es la verdadera rueda que mueve nuestra vida. ¡Agarrémonos a su eje porque es la única manera de sentirnos seguros cuando todo gira! 

Los verbos de la vida

RENACER

Resucitas con lo que tenías puesto antes de morir, con tus ropas, con tu edad y tus arrugas, con tus anclajes minuciosamente construidos durante muchos años.

ver más »
Los verbos de la vida

SOSTENERSE

La buena noticia para ti y para hoy y para siempre es que solo te necesitas a ti.

ver más »
Los verbos de la vida

REENCONTRARSE

El arte plasma siempre las inquietudes más profundas y difícilmente explicables de otra forma, aquellas que nos socaban o nos llenan o nos irradian hacia nosotros y hacia el mundo.

ver más »