Al comenzar algunos cursos sobre el cuidado en nuestras organizaciones, con frecuencia surgen experiencias profesionales individuales cargadas de sentido. Son la respuesta a mi pregunta: “¿tenéis alguna buena práctica que queráis compartir?”. Hay experiencias para enmarcar y que comienzan con lo que alguna profesora expresó hace unas semanas: el pack del buen trato: saludar, agradecer, pedir perdón. No es poco.
Con todo, podemos ensanchar nuestra mirada para que las buenas prácticas del cuidado en nuestras organizaciones cobren más peso y sentido, y no se pierdan en el bien hacer esporádico e individual.
A mi entender, una buena práctica presenta ˗al menos˗ estas características:
1. Conforma un acción colectiva y organizada
La buena práctica es el resultado de la suma activa de un sujeto múltiple formado por personal trabajador, directivo y, en su caso, voluntario de una organización. No es lo mismo que un tutor promueva círculos de diálogo en su tutoría, que todo un centro educativo promueva la convivencia restaurativa como eje de su acción, y para ello impulse la creación de círculos de cuidado en todas las tutorías. No es lo mismo un buen jefe que acoja denuncias de malos tratos o abusos que una organización que públicamente ponga al servicio de sus trabajadores un sistema seguro y protegido para denunciar malas prácticas cuando se den las circunstancias.
2. Se realiza desde la perspectiva de un proceso de calidad
La buena práctica se inscribe en la lógica de la gestión de calidad de cada organización. Y entiendo la calidad en términos de proceso, donde lo importante no es el resultado cuantitativo solo, sino cada uno de los pasos de los distintos procesos que se articulan en la organización. Hacer un código ético en una entidad por sí solo no es necesariamente una buena práctica. Importa la letra pequeña: entre quiénes lo han hecho, qué participación se ha dado, cuánto tempo se ha empleado, cómo se ha votado el resultado final. La calidad no se rellena con ítems de una tabla Excel, sino con procesos en marcha suyo primer resultado es ese: ponerlo en marcha.
Los procesos de calidad se encuentran estrechamente ligados a las relaciones que se tejen en ese camino que vamos haciendo. La relación constituye un criterio sumamente relevante cuando hablamos de calidad, de tal modo que podemos afirmar que entendemos la calidad desde los procesos relacionales que establecemos directamente entre las personas de la organización e indirectamente en las distintas direcciones en las que se mueve cada entidad. Por eso la participación de las personas afectadas en los procesos de mejora es consustancial en la creación de una cultura del cuidado que se sostiene en el poder de los vínculos y no en los esquemas mentales de los organigramas.
3. Debe ser replicable
Solemos lamentarnos que en esta mutación de época que atravesamos caminamos sin imágenes. Por eso importa comunicar muestras buenas prácticas organizacionales, aquello que estamos probando, que es fruto de un trabajo mancomunado y podemos compartir para mejorar entre todos. Replicable no quiere decir fotocopiable; no se trata de repetir miméticamente sino de inspirarse en algo nuevo que viene de otros, o de ofrecer a otras nuevas inspiraciones. Hace tiempo leí un texto desafiante: “si haces lo que has hecho siempre, no llegarás más lejos de lo que siempre has hecho”. Para demostrar que la realidad es modificable hemos de ser contemporáneos de los retos y desafíos de nuestro tiempo, que hoy surgen desde lugares imprevistos. También podemos replicar nuestra indigencia ante la magnitud de nuevas situaciones que nos produce un universo complejo y caótico como en el que nos estamos adentrando. La emergencia del desasosiego vital de muchos trabajadores, y en los centros educativos, de los estudiantes, refleja un nuevo desorden al que hemos de enfrentarnos. La fragilidad compartida deberá favorecer poner en común nuestras buenas prácticas colectivas.
En definitiva, una buena práctica dice mucho de la buena forma ética de una organización.
Recordamos el conocido proverbio africano: “para que nazca un árbol en el desierto es necesario que en algún lugar exista un depósito de agua”. Antes de llegar a ser una organización que dice cuidar es necesario que exista un depósito de cuidado, un vínculo explícito y compartido de respeto y buen trato. A la buena práctica no se llega solo mediante buenos procedimientos sino a partir de un buen depósito referencial de valores compartidos que se proyectan en prácticas éticamente ajustadas al bien vivir.


