Nací porque murió

la muerte desorientada

me debatía entre las olas errantes

y así, en el espacio imperceptible,

entre la arena y el mar,

tú, nombre, mi nombre

me encontraste.

Cuando era muy joven y hasta que cumplí los 40 años, aproximadamente, le tuve pánico a la profundidad del mar. Lo llamaba el abismo porque no veía nada. Recuerdo con pavor cuando me quedaba en medio de las aguas y me imaginaba el horror más inmenso debajo de mis piernas, las amenazas para mi seguridad y, sobre todo, sentía un inexplicable miedo a la oscuridad aparente y que me rodeaba por todas partes.

No sabía que el miedo a la oscuridad estaba en mí mismo y que lo proyectaba a todo lo que me rodeaba. Y un día descubrí, con unas gafas de snorkel y animado por personas que ya habían buceado anteriormente, que había una vida inmensa y preciosa donde antes creía que había muerte y peligros inmensos.

Y me di cuenta de que la tierra estaba unida continuamente y qué podía dar la vuelta al mundo si existiesen lo suficientes medios tecnológicos caminando entre los fondos del mar y los picos de las montañas. Porque los valles y las cordilleras a las que estaba acostumbrado en tierra firme existían de la misma forma, pero cubiertas de agua.

Pude experimentar, también, a partir de ese momento, la sensación de flotar e incluso de sentir que volaba y planeaba sobre ellas, contemplando a las aves del agua a mi misma altura y también aprendí a respirar de una manera más consciente y tranquila para poder disfrutar del momento, al ritmo que mi cuerpo necesitaba.

Supongo que la experiencia que yo viví de forma ontológica es la misma que vivieron aquellas civilizaciones que compartieron el mismo espacio que yo ocupo hoy. Entiendo que no tenían gafas de buceo, ni cámaras de inmersión, ni trajes de buzón y bombonas de oxígeno y que no aprendieron a disfrutar del agua porque lo primero era sobrevivir. Y uno de los mitos sociales implícitos que nos conforman es que sobrevivir es no arriesgar. Sumergirse en ese momento y volver a resurgir era emerger y renacer a un nuevo nombre que tenía que ver con la propia esencia de cada uno.

Bautizarse suponía la determinación de tener una identidad que nace de su propia experiencia y de sus propias vivencias y de su propio sentir. Intuyo que también les pasaría por la cabeza la idea de que lo que yo desconozco no existe con la misma intensidad ni consistencia que la mía, o que es inerte, o que no tiene valor. En realidad, tenía que ver con la ignorancia en el sentido filosófico de la palabra, con el desconocimiento del bien como diría Sócrates a través de su concepto de intelectualismo moral.

Pero hoy estoy convencido de que hay que atreverse a mirar el fondo del mar, a lo que está más allá de tu propio mundo y que está lleno de matices y se viste de colores.

Mirar debajo de las aguas supone darse cuenta de la unidad de todo lo creado. Darte cuenta de que estamos íntimamente unidos y que solo nos separan las apariencias que nos cubren. Cuando emergí de esa primera experiencia de asombro sentí que una nueva persona nacía en mí y que el miedo a lo desconocido se convertía en pasión por conocer.

Sorolla nos invita a descubrir cómo solo desde nuestra niñez, ingenuidad y búsqueda constante, cogidos de la mano, podemos adentrarnos en la tierra mojada y cubierta y poblada de vida y de sal.

Ahora que lees esto caes en la cuenta de que puedes sumergirte y refrescarte, dejar de oír los ruidos ajenos y escuchar el rumor de tus sonidos que nacen de dentro, que allí puedes abandonar y aceptar esa parte de ti que te atemoriza y descubrir la música que te acompaña. Quizá a partir de ahora te plantees tener un sobrenombre que complete el que eligieron para ti, que te hace reconocible para los demás pero que necesita de ese complemento que tú vas a poner para que te hagas más reconocible para ti mismo.

PARA SENTIRTE

Busca el significado de tu nombre en la red y trata de conectarlo con lo que eres. Seguro que eres capaz de encontrar aquel hilo de significados que conectan lo que explicitan de ti y lo que en realidad denotan lo eres. Para ello te propongo un ejercicio de descubrimiento. Te invito a visitar una página web donde aparecen nombres nativos americanos y encuentres el que conecta íntimamente con tu propia identidad esencial. Tienes la oportunidad de poder volver a bautizarte hoy. Durante unos días recuerda que tienes un sobrenombre que te ha encontrado y que te va a proyectar a profundidades desconocidas pero comunes. A partir de ahí podrás dar la vuelta al mundo caminando por debajo de las aguas.

PARA SENTIR

Encuentra el sobrenombre para las personas que verdaderamente quieres y diles su nombre para ti. Explícales por qué lo has elegido y pide que te devuelvan el que ellos eligen para nombrarte a partir de ahora. Te animo a que os llaméis así cuando queráis decir un te quiero y no encontréis las palabras. Habrá que aprender a rebautizar desde el corazón.

* La imagen es Niñas en la playa, de Joaoquín Sorolla, Museo Sorolla, Madrid, España.

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