Me sabes a vacío

 y a

barro

A tiempo que te recorre,

despacio

A meteoritos inconscientes,

varados

Soñé que todo era

yo

y mi vida se hizo calma…

en tus brazos

Integrarse es hacerse parte de un algo que, a su vez, es todo en sí mismo y una parte del todo del que estás llamado a ser. Esa es la invitación de la vida en mayúsculas, la que fundamenta cada experiencia en la participación del conjunto.

Tienes muchas posibilidades de concebirte en el sitio que ocupas ahora en este momento, en este tiempo. Una de ellas es la de creerte desintegrado de todo porque no se ajusta a tus esquemas.  Es complicado salir de ese mecanismo de asimilación piagetiana al que nos abocan todos los medios de información, a través de los que lees la realidad que te rodea. Otra posibilidad, en el otro extremo, es tratar de comprender, más allá de lo aprendido, que existen espacios e ideas a los que acceder desde el corazón, desde la intuición más pura y verdadera.

Esta se antoja más complicada y te obliga a nadar, pensar y respirar a contracorriente, pero es la única forma que existe de ver desde lo que es y no desde lo que parece ser.

La fábula que construimos con los pequeños acontecimientos que conforman nuestra historia a menudo es más que una amalgama de meros retazos, a simple vista, incongruentes, que se acumulan en nuestras experiencias vitales. Tal vez la mirada hacia lo que eres de una manera profunda e indisoluble, que es el universo y el mundo que te rodea, pueda hacerte asombrarte y conectarte ante toda la magnificencia de lo creado.

Es interesante ver cómo personas desde diferentes partes del mundo, profesiones, historias personales y formas de pensar, comparten en esa mirada asombrada ante lo infinito que se abre a nosotros, a través de la noche ,con la contemplación de un cielo estrellado que acompaña toda nuestra existencia.

Es una preciosa metáfora para la vida descubrir que la luz que recibimos de cada uno de los puntos luminosos que se abren ante nuestra mirada lleva miles y miles de años habiendo sido emitida y que es ahora cuando afecta en mi vida. Si soy consciente de que cada uno de esos puntos de energía desbordante representa un lugar en el espacio, una historia habitada o no por seres humanos, puedo llegar a descubrir que también yo emito para que otras generaciones reciban lo que ha nacido de mí.

Todas las historias e impactos afectivos, en positivo o en negativo, que recibimos a lo largo de toda nuestra vida provienen de estrellas distintas, con su propia historia y sus propios traumas, sus propias vanidades y sus propios brillos.

Anselm Kiefer en 1997 se pinta “integrado” en un autorretrato  en Las célebres órdenes de la noche (Die berühmten Orden der Nacht). Este pintor alemán sabe por propia experiencia personal qué significa integrar tu propia historia con la de los demás. Nace en un período convulso en la historia de su país, 1945, y, desde ahí, desde esa necesidad de comprender a una sociedad herida y comprenderse dentro de ella surge la esperanza y el camino de la integración. Se representa, en medio de ese mundo en el que vive sintiendo cómo el cielo y la tierra forman parte de una misma realidad. Que la ilusión de las diferencias solo se halla en la mirada,  en lo perceptivo, en los sentidos .

Quizá integrarse sea, al igual que pensaban nuestros filósofos de cabecera de la antigüedad, entender que existe un logos, un entendimiento profundo que hace ver las cosas en lo que realmente son, que hace ver el cuerpo del otro como parte del tuyo, el niño que se descombra entre polvo y suciedad después de un bombardeo como tu propio hijo. Entonces es posible escuchar el clamor de la Tierra.

PARA SENTIRTE

Pero en este momento creo que ya eres consciente de que solo se puede contemplar todo lo que conforma tu pequeño cosmos de una manera personal, individual. Nadie puede integrarte en nada ni hacer que tú lo puedas hacer por una acción externa a ti. Porque nadie puede comprender desde lo más profundo tu verdadero pensamiento ni tu más íntimo anhelo.  De este anhelo, que es anterior a nuestro nacimiento (como la luz lejana de las estrellas) nace la urgencia de nombrar a Dios. Lo nombramos para que ayude a integrar, a que permanezca dentro de nuestras células todo lo que hemos vivido y aprendido y podamos reconocernos y reconocer a otros en nosotros.

PARA ESCUCHAR

Te insto a  que busques en tu día normal un lugar para pasear y poder salir de los ruidos ajenos. Te animo a que escuches mientras te da la luz del sol en la cara o la de la luna en las manos esta canción. Y que con sus acordes mires hacia arriba, hacia el cielo claro, o las nubes o las estrellas. Cántala y cántatela. Intégrala en ti.

*La imagen es Las célebres órdenes de la noche, de Anselm Kiefer (1997), Museo Guggenheim Bilbao, España.

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