Llevamos semanas con nuestras ciudades engalanadas de millones y millones de luces de colores; los escaparates rebosantes de color y creatividad, nuestras calles masificadas de rostros alegres y gestos amables. Luces que se anticipan a recordarnos que algún acontecimiento importante está a punto de suceder.

¡Es curioso cómo se ha apropiado la filosofía consumista del sistema capitalista del espíritu de la Navidad cristiana! Ya desde octubre te encuentras las estanterías de los supermercados cargados con gran variedad de mantecados, polvorones y turrones; las floristerías se pintan de blanco y rojo anunciando la planta más popular en esta época del año: los pascueros; los escaparates de los pequeños y grandes comercios se engalanan con sus más innovadores y creativos motivos navideños, nuestras calles y plazas con millones de pequeñas luces enganchadas unas con otras para dar sensación de unidad y colorido. Los villancicos y adornos navideños ya se escuchan en noviembre; hasta las grandes ciudades españolas compitiendo entre ellas para ver cuál contrata más cantidad de luces, qué ciudad brilla más, va a disfrutar del árbol más alto y de la estrella más luminosa, cuál de ellas consigue el récord de visitantes… Y me pregunto, ¿dónde se ha quedado la humildad, la sencillez y el espíritu del que nació en un pesebre?

¡S.O.S! Es urgente cuidar y recuperar nuestra Navidad. El mundo comercial ha excluido de un golpe al Adviento y el sentido profundo de estas fechas entrañables que nos hablan de comienzo, familia, unión, amor, misterio, contemplación y adhesión.

El tiempo de preparación, de espera, de entusiasmarse… ha pasado a un segundo plano, adelantándose la era de la inmediatez, también para la Navidad… ¡S.O.S! La inmediatez nos roba la importancia a la espera paciente, a la preparación entusiasta del detalle y de cuidar los gestos, a soñar despiertos en lo que puede suceder, a ir rumiando y desentrañando en nuestro interior el verdadero sentido de lo que se celebra.

Se imponen los grandes proyectos de marketing que nos incitan a comprar y a consumir. No podemos cambiar esta filosofía, pero sí podemos dar una “vuelta de tuerca ” a lo que hemos de consumir. Quieren que consumamos, pues ¡CONSUMAMOS! Pero no ropa, ni tecnologías, ni bebidas, ni falsas alegrías, ni sueños banales, no. No nos dejemos vislumbrar por pequeñas lucecitas que nos distraen y nos apartan de quien es la LUZ.  CONSUMAMOS:

  • ENCUENTROS a corazón abierto, de esos que te dejan el alma esponjada para una buena temporada.
  • ABRAZOS sinceros que nos hacen liberar cortisol y nos ensanchan el alma hasta dimensiones indescriptibles.
  • FAMILIA: tiempo de calidad con los padres, abuelos, hermanos, tíos… recordando o inventando… sintiéndonos afortunados de pertenecer a un grupo de personas únicas y tremendamente valiosas.
  • PERDÓN. Sí, perdón de los buenos, de los sinceros, del “borrón y cuenta nueva”. De esos que te regeneran y te reinician de nuevo la vida. De esos que te liberan de ataduras sin sentido y te lanzan al futuro con entusiasmo y esperanza.
  • SOLIDARIDAD. El ser humano se engrandece cuando piensa más en los demás que en uno mismo; cuando es capaz de alzar la mirada y descubrir lo que el “hermano” necesita. Tenemos que buscar la verdadera Navidad no tanto en la iluminaciones navideñas, sino en las sombras, en lo que no brilla ni seduce, en donde hay dolor y sufrimiento, en las noticias de la franja de Gaza e Israel, en Ucranía y en los 53 conflictos bélicos que destruyen nuestra tierra y nuestro mundo; en el sufrimiento de la exclusión más atroz que viven los migrantes; en el dolor de la enfermedad o de la violencia de cualquier índole, en el sinsentido que a veces viven nuestros niños y jóvenes… No nos vacunemos ante tantas situaciones que asolan nuestro mundo.

Regalemos tiempo de calidad y de calidez. Tiempo con uno mismo, para conocerse, respetarse, perdonarse y reiniciarse. Tiempo para creer en la magia de los nuevos comienzos; para el descanso, la desconexión, la acogida novedosa e inesperada que la vida está a punto de regalarte. Sí, tiempo de Dios, hay que consumir este tiempo que solo es de Él, de ese Dios que se deshace en ternura y debilidad de un recién nacido; que nació hace más de 2000 años en un sencillo y humilde pesebre; “consumamos” tiempo de contemplación del Misterio de Dios delante del pesebre. ¿Qué nos quiere decir a ti y a mí con ese gesto tan innovador y creativo como es nacer en esa humilde realidad?.

Me sorprenden los árboles de navidad con alturas impensables para que desde todos los rincones de la ciudad se puede vislumbrar la estrella. Estamos un poco equivocados porque no es cuestión de subir estrellas para ser vistas,  hay que “dejar que baje”; sí que baje “el que es la LUZ que viene de lo alto para iluminar” ( Lc 1,79) , que viene a traer la Paz tan necesaria en nuestro nuestro mundo y en nuestras familias; la alegría desbordante y constante; el entusiasmo, que designa el estado de quien entra en comunicación con lo divino y el sentido pleno a la  existencia humana, así como la fuerza y la resiliencia para seguir avanzando por los caminos de la vida en todo tiempo y lugar.

Entonces sí, dejaremos que nuestra vida se convierta en árbol de Navidad visible para todos; entonces sí habremos acogido al Emmanuel en nuestra realidad como María y José con el compromiso y la responsabilidad firme de seguir haciéndolo crecer en nuestro interior para que todo lo irradie de su luz; entonces correremos como los pastores a aquellas realidades más sencillas y humildes y lo descubriremos en gestos tan sencillos como un niño envuelto en pañales; entonces seremos capaces de dejarnos guiar por una estrella, salir de nuestra zona de confort y dirigirnos hacia donde se pose la estrella para adorar, contemplar y ofrecerle lo mejor que somos y tenemos a ese Dios con nosotros.

Solo me queda desearte de corazón que acojas la LUZ y SEAS NAVIDAD.