DESIERTOS, ECLIPSES Y ESCENARIOS

Me alegra mucho que este año le hayan dado el Premio Nacional de Teatro al Teatro del Barrio, porque siendo tan pequeños consiguen temporada a temporada mantener un público fiel a sus propuestas que tienen que ver con los Derechos Humanos, la justicia, la dignidad y el valorar lo pequeño. Si fuera político, cada año le daría el premio a las iniciativas pequeñas que pululan por nuestros barrios y ciudades y que llenan de sentido a un paisaje cada vez más colonizado por las franquicias. Pequeñas salas de teatro, librerías, centros culturales en periferias, fanzines, revistas, podcasts, pequeñas joyas de la periferia que nos hablan de centro, de lo importante, de lo nuclear. 

Cada vez que puedo y me acerco a la calle Zurita y entro en la que fue la antigua sala Triángulo, ya sé que me voy a encontrar una buena apuesta. Pocas cosas de las que he visto allí me han defraudado. Este año he estrenado la temporada viendo una propuesta que se ha ensamblado con algunas obras del llamado Teatro Menor de José Sanchís Sinisterra. Cuatro actores, entre la comedia y el absurdo, entre la pantomima y el drama, nos hacen pensar sobre el sentido de la vida a través de la palabra y de la música. Tiene un título sugerente: Los desiertos crecen de noche. Para mí unen dos de mis símbolos más queridos, el desierto y la noche. Y ahí, en ese pozo de incertidumbre, del vértigo y del crecimiento, David Lorente, Clara Sanchis, Concha Delgado y José Luis Patiño hacen de las suyas para seguir caminando. Suena el reloj, ese que antes no estaba allí, que ahora está, marcando las horas. Empieza o termina la función. No lo sabemos. No sabemos siquiera dónde estamos, si nos hemos quedado dormidos o si el autor nos ha hecho soñar. 

El tiempo es también protagonista de Eclipse Total de la compañía Pont Flotant que vuelve a Madrid después de haber pasado por La Abadía para recalar en otra pequeña sala, La Mirador. Una de las históricas en Madrid que, además, es la sede la Escuela de teatro de Cristina Rota. Hay mucho teatro y mucha vida en esta sala que está en medio de una comunidad de vecinos que conviven con el arte y los artistas cada día y cada noche, cuando hay función. Por eso nos pide Juan Diego Botto amablemente a través de la megafonía que no molestemos a los vecinos al salir.  

Allí se han alojado esta compañía valenciana para volver a compartir una pieza que obtuvo algunos galardones en los Premios Max. Hablan sobre el tiempo.  El tiempo que pasa y que se desvanece. El tiempo que se estira y que se acorta. Dos actores. Una mesa fruto de los encuentros. Un archivo sonoro que se construye con recuerdos. Globos. Eclipse. Metáfora de sentimientos que hablan de familias, de deseos, de esperanzas y de cotidianeidad. Suena Il mondo de Jimmy Fontana cantado por uno de los actores. El escenario se mueve. Y entonces, ese pequeño gesto se convierte en epifanía. Álex Cantó y Jesús Muñoz consiguen que formemos parte de su historia familiar y, a la vez, que traigamos a escena la nuestra. De qué manera tan bella, a través de tan pocos elementos, se puede invocar la nostalgia y lo que resta después de los encuentros. Otro desierto, ahora sentimental, que se asemeja a la tristeza de las tardes de los domingos otoñales. 

Un desierto es un mar. Un eclipse es la noche. Los significados se retroalimentan. Y, si nos fijamos un poco, apenas que prestemos un poco de atención, nos damos cuenta de que hablamos y anhelamos lo mismo. En los escenarios y en la vida, en los desiertos o en el mar, a plena luz del día o con el velo del eclipse. El anhelo del sentido, la nostalgia de Dios.

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