LA LUZ QUE PRETENDEMOS

Qué difícil la luz que pretendemos /qué frágil la verdad que nos sostiene (Ramón Repiso).

La vida me impulsa a escribir cada semana y no hay momento en que no encuentre motivo, señal o luz para hacerlo. A veces me demoro porque la reflexión se queda en la memoria y los dedos procrastinan en otros lugares antes de ponerse a teclear lo que la mente rumia. Llevamos dos semanas de Pascua en la que la actualidad ha marcado el ritmo de la vida, y en ambas ocasiones desde la ausencia. 

Esta semana por la ausencia de luz o de energía. Nuestro pequeño mundo, el hogar que habitamos es tan dependiente de la luz que todo se pone en marcha con ella. Cuando nos falta no estamos acostumbrados a encarar la realidad desde otro punto de vista porque no sabemos o porque nos faltan recursos. 

Tengo que confesar que no me enteré de la situación hasta bien entrada la tarde porque en mi mente se instaló que era una falta de luz en el bloque en el que vivo. Hasta que no me aventuré a buscar refugio en el lugar en el que trabajo y crucé el parque que separa un lugar del otro, no me di cuenta de que algo más pasaba, que la luz no se había ido solo en el bloque, sino que era parte de un acontecimiento que nos tocaba, de alguna manera, a todos. 

La sensación ante la situación es una mezcla de vulnerabilidad y de cierto aislamiento, cierta soledad también. Tengo la costumbre de encender una radio a pilas cada mañana mientras preparo y tomo el desayuno. Y recurrí a ella para informarme de lo que estaba pasando. La voz de Carlos Alsina en Onda Cero me volvió a conectar con el mundo. A pesar de la distancia, la radio siempre acompaña, diría que el medio más cercano, más íntimo, cuando la relación con ella se produce en directo y las palabras ayudan a informarte, a aprender, a reflexionar y a compartir. La radio, la palabra, el verbo nos ayudó una vez más a vislumbrar la luz. 

Tuve la suerte de mantenerme con batería tanto con el móvil (que me sirvió más de linterna que de comunicación) y la del ordenador portátil que hizo la función de poder avanzar algún texto pendiente y bucear en uno de los discos duros donde guardo muchos archivos. Las búsquedas siempre nos llevan a otro lugar y aproveché para buscar algún documento que me llevó a encontrar un carrete de fotografías que daba por perdidas. Un archivo de fotos es un paseo por la memoria cercana de uno mismo y en este carrete estaba parte de mi vida desde el 2014 al 2018. Recorrer las fotos es hacer un viaje en el tiempo, es darte cuenta de tu propia vida, de tu proceso, del camino que has recorrido y del agradecimiento por la vida y el encuentro con los demás. Entre las fotos, las importaciones y los recortes aparecieron estos versos de Ramón Repiso que dan título y sentido a esta entrada. 

A veces, la luz que pretendemos está muy lejos de la luz que podemos conseguir. A veces incluso la propia luz ciega otros caminos que son más sanos y transitables que los que acostumbramos a recorrer. Por eso es difícil encontrar la luz, esa luz que alumbre sin quemar, que oriente sin empujar, que ilumine sin encandilar. Los creyentes, en teoría, tenemos claro cuál es esa Luz. La encendemos en cada celebración de Pascua e ilumina las celebraciones que compartimos. Otra cosa será si llega a iluminar lo concreto, lo cotidiano, lo importante, o se queda en mero revestimiento teórico. De ahí la dificultad de la que habla el poeta en el verso. 

Y también habla de fragilidad de esa verdad que nos sostiene. De los ídolos modernos de la modernidad, de las ansias de ser los mejores y más seguros en todo. Tal como está el patio, tardaremos en hacernos una idea de lo que ha llevado a esta situación excepcional pero, quizás, a partir de ahora, tengamos más claro que la verdad y el relato que sostiene nuestra sociedad del bienestar cada vez es más frágil, cada vez más vulnerable. Y nos preocupa fundamentalmente por una razón egoísta: nuestro propio bienestar. Porque cuando no nos toca a nosotros, la falta de bienestar del prójimo que vive esa fragilidad como algo natural importa mucho menos. Porque casos como el de la Cañada Real siguen sin solución, porque sigue habiendo miles de luces apagadas en nuestro mundo, hogares devastados, vínculos perdidos, encuentros imposible. Y nuestra falta de luz no viene solo por la caída de la energía, sino por la falta de empatía y compasión con quienes viven cada día a oscuras. Sentir esa oscuridad, a la postre, es una manera de ponernos en el lugar del otro. Al menos aprovechemos este envite.  

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