Volar desnudo

con la piel y el alma

los pies en danza,

las manos vacías

y las entrañas

desenredadas.

«El vuelo de las golondrinas delante de mis ojos serpenteaba y planeaba como acariciando al viento. Desde allí, desde lo alto podían observarme y observarlo todo».

De pequeño leía con avidez la adaptación juvenil del cuento El príncipe feliz de Oscar Wilde. Desconocía por qué me atraía tanto esta historia y ahora empiezo a intuirlo. Tanto el príncipe como la estatua del príncipe, repleta de piedras preciosas incrustadas en ella, como la pequeña golondrina eran capaces de enternecerse con el sufrimiento ajeno y todas las necesidades que se mostraban ante sus ojos. No solo eso; eran capaces de darse para así dar porque era eso lo que tenían que hacer. Su final era para mi conmovedor y atractivo, triste pero profundamente bello. Me imaginaba el frágil cuerpo de la golondrina yaciendo inerte a los pies de la estatua que había dejado de lucir mostrando su desnudez. Una vez más la espiritualidad de lo cotidiano se mostraba desde la sencillez.

Ignoro qué tipo de aves surcan el cielo recién amanecido de la pintura de George Inness, ese pintor estadounidense que hacia 1878 pintó su cuadro Mañana expuesto el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Lo que está claro es que ellas son el centro de su cuadro, dibujando el horizonte con un delicado misticismo que invita a la trascendencia y a una irresistible conexión con la simplicidad de una mañana cualquiera como la de hoy mismo, leas esto cuando lo leas.

El vuelo que describen los pájaros que se aventuran a mirar el mundo desde allá arriba les permite integrar todas las cosas que suceden debajo de ellos en una sinfonía global, desde una perspectiva donde la individualidad de cada uno de nosotros se integra en el paisaje general de la vida. Quizá nos invita a mirar también al mundo de esta forma. Volar ya no representa tanto una habilidad para elevarse y viajar con más rapidez o tener una posición de dominio ni estatus sobre los demás sino la posibilidad de crear una forma distinta de mirarnos y percibirnos como necesarios y a la vez únicos y en definitiva protagonistas necesarios del mundo en el que vivimos. Esa fue la forma de mirar de El príncipe feliz, desde la posición elevada en la que estaba, veía lo que otros no podían conocer por vivir tan a ras de suelo de sí mismos.

George Innes también viajó a Italia y a Francia; al igual que el largo viaje migratorio de las golondrinas les enseña lugares nuevos, distintos y complementarios, aquí encontró fuente de inspiración en sensibilidades distintas a las suyas. Y al igual que la pequeña golondrina de nuestro cuento, murió lejos de su hogar, en Escocia y cuentan que mirando un atardecer. Un final igualmente conmovedor y atractivo por su simbolismo y profundidad.

¿Y si te miras en el conjunto de los demás como una mujer o un hombre inmerso en el puzle del paisaje que conformamos y nos conforma a cada uno de nosotros? ¿Y si miras a tus compañeros, a tus hijos, a tus alumnos, a tus paisanos como parte de ti mismo? .En su historia está la tuya. Sus avances y sus tropiezos también son los tuyos. Pero para mirar así tienes que elevarte, despegar de la tierra de tus pequeñas ambiciones y necesidades y ser capaz de contemplar el día a día desde la libertad que te da planear, desprovisto de ataduras, sobre las circunstancias de tu vida. Despégate internamente de todo lo que crees que es imprescindible para ti y descubre la luz del sol del cuadro de Inness en tu rostro cada mañana hablando contigo, alimentando tu espíritu, para que seas capaz de volar como la golondrina del cuento y puedas sonreír habiéndote desprendido de todo lo que te cubría pero no era tuyo, igual que el príncipe. Feliz.

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