En este mes de julio ya llevamos días de calor acumulado, las temperaturas han subido y con el cambio climático más. Aire acondicionado, abanicos y meter la cabeza bajo el caño de la fuente es lo que toca.
A la comunicación también le aplicamos adjetivos de temperatura: una comunicación fría o una comunicación caliente nos describe dos tipos de comunicación que identificamos con una comunicación distante la primera y con una comunicación tensa la segunda.
Una comunicación fría genera indiferencia, una comunicación caliente puede generar interés. Una comunicación fría puede generar hasta rechazo y una comunicación caliente puede generar hasta empatía.
Pero hay más términos que relacionan temperatura y comunicación. Así, por ejemplo, una comunicación/conversación “acalorada” todos entendemos que hablamos de una discusión efusiva y subida de tono.
En la comunicación no se contempla la comunicación templada, por lo general tendemos a los extremos, pero sí podríamos usar el término de una comunicación a temperatura ambiente, si este ambiente es ya extremo.
Lo ideal en la buena comunicación es poner calor, pero no me refiero a caldear el ambiente, que sería otra cosa. Me refiero a calor “del bueno”, del que permite estar “a gusto”, cómodo, que se pasa el tiempo sin darte cuenta, que te hace sentirte como en casa, “en familia”.
Estos rasgos de temperatura pueden atribuirse tanto para el emisor como para el receptor, podemos hablar de un conferenciante frío o cálido y de un auditorio frío o caldeado. Podemos referirnos a palabras cálidas, o a gestos ardientes o ardorosos. Podemos decir que «nos quedamos helados» ante una información, o que nos dieron datos muy fríos (por impersonales).
Sea como fuere, no está de más tener un “termómetro para la comunicación” a mano y saber si hay que sacar el paraguas para aguantar el chaparrón. Feliz verano y espero que te pille leyendo este post a la sombra o al fresco.