Todos adolecemos de algo, a todos nos falta algo. Todos anhelamos más, deseamos más. Y en ese equilibrio entre lo que adolecemos y lo que deseamos, se nos va la vida. 

Me centro hoy en la adolescencia porque acabo de ver el último montaje de la compañía valenciana Pont Flotant en el que sustentan la propuesta en esa adolescencia que todos hemos vivido y que a veces padecemos, o señalamos de manera normalmente peyorativa, cuando compartimos espacio con ellos. La obra mira a la adolescencia desde la mitad de la vida, los autores y actores rondan los cincuenta años más o menos. Y desde ese lugar los adolescentes y jóvenes se convierten en una especie sobre la que cargar nuestros prejuicios y, en ocasiones, nuestras propias incongruencias. ¿Nos acordamos de los adolescentes que fuimos? ¿Adolecemos de algo a estas alturas? ¿Consideramos de manera negativa un proceso concreto de la vida por el que todos hemos pasado? Todas estas preguntas están en el desarrollo de la obra a través de cuatro adolescentes “inertes” a los que dan vida los componentes de la compañía mientras que interactúan y reflexionan sobre la adolescencia. Están hasta el 26 de octubre en el Teatro de la Abadía de Madrid, pero seguirán de gira, no les pierdan la pista, porque son muy buenos y cualquiera de sus propuestas es sinónimo de calidad. 

De adolescencia y pubertad habla la nueva serie Leticia Dolera que se llama Pubertad y que pudiera parecer la sombra alargada y patria de la serie de Netflix que hizo furor la temporada pasada. Quizás esta propuesta, enraizándose en lo local, gana enteros a la hora de entender las motivaciones y la realidad de los adolescentes en la actualidad. La soledad, la pérdida, los gritos de auxilio que dan sin que ni siquiera sean escuchados. Muchos adolescentes acaban hundiéndose en una realidad que no los entiende, que los deja mullidos, arrasados, baldíos. Como todos, y aún más si cabe ellos, en ese proceso necesitan cuidado, acompañamiento, paciencia y apoyo. A veces estamos demasiado ocupados en tantas cosas que no somos capaces de mirar lo importante. Y por esa rendija a veces se escapa la vida, la propia y la de ellos mismos que no son capaces de afrontar por sí mismos el mundo que tienen enfrente.

Está en el foco mediático estos días el triste suceso del suicidio de una adolescente sevillana llamada Sandra. En las redes y en las noticias, después de la conmoción, todo es ruido. Algunos miran hacia otro lado, otros esparcen culpas, otros se repliegan, algunos guardan silencio. Mientras tanto, una adolescente más engrosa la lista de la tasa de suicidios en esas edades que cada vez es más alta. Sandra ha perdido la vida y una familia se ha roto para siempre. Esa grieta es difícil de cerrar y es una nueva llamada de atención a la sociedad. Se habla siempre de protocolos, que son necesarios por supuesto, pero quizás habrá que pensar en cambiar de alguna manera nuestra propia manera de vivir, de relacionarnos con los demás, de mantener y cuidar los vínculos. Quizás sea ya hora de dejar atrás nuestra exposición a la violencia, nuestra condescendencia con las actitudes que degradan a las personas que tenemos enfrente. Habrá que pensar en arrasar con una sutil chulería, en muchos casos aceptada, que se impone a fuerza de denigrar a los demás. Habrá que revisar también el fin y los objetivos de los centros escolares, su manera de actuar, su forma de entender el servicio, la manera de relacionarse con los adolescentes sin señalarnos ni estigmatizarlos. Y tener cuidado con tantos protocolos que son dañinos y que hemos naturalizado manteniéndolos como parte de la vida. Soy consciente de que el tema es complicado y tiene muchas aristas, pero habrá que mirarlo siempre cara a cara, poniendo a la persona en el centro, imaginando razones para poder servir de muleta a esa situación de la que adolece. La propia que todos tenemos por el hecho de estar vivos y que a veces olvidamos creyéndonos adultos y los adolescentes fueran siempre los demás. 

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ADOLESCENCIA INFINITA

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LAS COSTURAS

Salgo de ver la película On falling de Laura Carreira con un poco de malestar, como el frío que se ha echado de repente en Madrid.

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