El IA, el Inicio del Adviento, llega cada año como un susurro. Llega entre el alboroto del Black Friday y el encendido de millones y millones de luces de colores que deslumbran y anuncian algo que entra sin ruido, sin prisas, suave, casi tímido, invitándonos a un gesto tan sencillo como necesario: parar.
- Parar para respirar.
- Parar para tomarnos la temperatura interior.
- Parar para escuchar esa vida que a veces dejamos en “modo silencio” entre tareas, reuniones, responsabilidades y sueños que se aplazan.
El Adviento es, en el fondo, una invitación a activar la verdadera IA: la Inteligencia del Alma. Esa que no se mide en datos, sino en profundidad. Esa que detecta no solo los logros que hemos ido alcanzando, sino también los universos interiores que aún nos quedan por descubrir, ordenar y colonizar.
Y ahí empieza la revolución del Adviento.
Porque ser conscientes de quiénes somos, de hacia dónde dirigimos nuestros esfuerzos, de qué sueños nos sostienen, de qué proyectos dan sentido a nuestros días… eso, hoy, es casi un acto contracultural. Una auténtica revolución del IA.
El Adviento nos orienta hacia lo pequeño. Nos entrena la mirada. Nos ayuda a dirigir el corazón hacia lo que, aparentemente, no llama la atención.
- Una estrella que ilumina desde lejos.
- Unos pastores humildes que caminan con esperanza.
- El calor de unas ovejas que sostienen la noche fría.
- Los pasos cansados de unos magos extranjeros que avanzan con un corazón ardiente para ofrecer y ofrecerse.
- La alegría desbordante de una joven madre que acuna a su hijo con ternura infinita.
- El asombro tembloroso de un padre primerizo dividido entre miedo y fascinación ante el milagro que sostiene en brazos.
Todo ese conjunto sencillo, frágil y hermoso es también una revolución del IA. Es el recordatorio de que lo esencial no hace ruido, que lo grande nace pequeño y que la esperanza siempre empieza en un lugar humilde.
Al final del Adviento hay un Misterio que no necesita explicaciones: un recién nacido que respira tranquilo entre los brazos de su madre, bajo la mirada protectora de su padre. Se entremezclan , fragilidad y fortaleza, ternura y grandeza. silencio y revelación.
Contemplar esa escena es activar la mirada profunda, la mirada que entiende desde dentro, la que vuelve a despertar nuestra capacidad de asombro. También eso —quizá sobre todo eso— forma parte de la revolución del IA.
Que este IA —este Inicio del Adviento— no pase de largo. Que sepamos detenernos el tiempo suficiente para escucharnos por dentro y para mirar con más verdad por fuera. Que dejemos espacio a lo pequeño, a lo que nace despacio, a lo que no se impone pero transforma.
Y que, cuando llegue la Navidad, nos encuentre con la luz encendida, con la esperanza afinada y con el corazón preparado para que Dios vuelva a nacer —como siempre— en lo sencillo, en lo frágil, en lo humano. Porque esa es la verdadera inteligencia del alma: descubrir que cada Adviento nos vuelve a regalar la oportunidad de empezar de nuevo.



