Comprendo que mi tristeza no frenará la hierba (Wislawa Szymborska).
Tenía en mente escribir estas líneas hace tiempo pero otras cosas se han ido anteponiendo por el camino y he ido procrastinando estas líneas hasta hoy que, después de lo ocurrido en el puerto de La Restinga, en la isla del Hierro, vuelve a encenderse la llama de la indignación y la tristeza ante todo lo que está pasando. En estos días he visto también a Riyad Mansour, representante permanente de Palestina ante la ONU, cuando rompe a llorar durante su discurso en el Consejo de Seguridad.
Ante lo que ocurre a nuestro alrededor no queda más que tomar conciencia y definirnos, no ponernos de perfil, no dejar pasar como algo habitual el horror que se cierne ante nuestros ojos cada día. Y siento que me faltan lágrimas para llorar tanta desgracia, tanta inhumanidad, tanta diplomacia vacía, tanta falta de verdad. Como dice Javier Ruescas, “desconfía de quien se haya olvidado de cómo llorar, porque tienen el alma árida y en tierra árida no crece nada”. A veces pienso que de tanta acumulación de dislates nos hemos quedado en tierra árida, en el espacio baldío de la comodidad. A veces no sé muy bien cómo afrontar toda esta barbarie, y mientras preparo un curso sobre la hermosura como camino para llegar a Dios, pienso que quizás sea un camino de salvación ante la barbarie y una manera de poner de relieve todo lo que nos acucia en estos momentos.
El pasado mes de mayo veía en el Matadero a Malpelo, la compañía de María Muñoz y Pep Ramis, que en esta ocasión presentaban una pieza que se llama We, nosotros y los tiempos. El plural, la comunidad, la vida y el tiempo como brújula. En la obra, a partir de un poema de John Berger llamado Separation, que se repite en múltiples ocasiones en el espectáculo, nos adentramos en un viaje a la inmigración, a la pérdida como lugar referente en la existencia, buscando el caminar como eje de nuestros movimientos. Quizás tendríamos que preguntarnos ¿hacia dónde caminamos? ¿Qué nos mueve a hacer el camino? ¿Cómo podríamos hablar de camino cuando se impone por obligación o por peligro en nuestra vida? El eco de Berger resuena en los movimientos de estos doce bailarines, de distintas procedencias, que a través del arte, nos llaman a pensar, a que nos posicionemos ante lo que tenemos delante. “El lugar ha perdido lo que lo convertía en un destino. Ha perdido su territorio experiencia”.
De la danza me paso al cine, a una de las sorpresas del pasado Festival de Málaga que se acaba de estrenar, me refiero a Los Tortuga de la directora Belén Funes. La película se llama así en referencia a los que se iban del pueblo a buscarse la vida a otros lugares de España con todo a cuestas. Julián, el tortuga es de Jaén, y allí comienza la aventura de su mujer y su hija que tienen que cargar su repentina muerte. Ellas también se convierten en tortugas, que van de aquí para allá buscando su lugar en el mundo a la par que realizan, cada una a su manera, el duelo por su muerte. La película es fantástica, árida, sin concesiones ni paternalismos. Las oportunidades, el problema de la vivienda, la condición de clase, lo difícil que es tener oportunidades dependiendo de dónde crezcas y vivas, la soledad del duelo, la vida que camina hacia delante. Es lo que hacen estas mujeres, como si fuera una extensión de los bailarines de Mal Pelo. La película se queda en la memoria, sus protagonistas en la retina.
Como se queda en la memoria el personaje que interpreta Mario Casas en la fantástica Muy lejos, una película de Gerad Oms, que, como él mismo ha contado, se basa en su propia experiencia vital. La historia de una huida hacia delante de un hombre que busca reconocerse y necesita un espacio de seguridad para hacerlo. El viaje que hace el protagonista es exterior e interior, como el que vamos haciendo todos. Hay una escena en la película, en la que después de toda la contención y toda la lucha, el protagonista se rompe. Creo que ahí está el momento culminante de todo proceso humano, donde nos desprotegemos, nos aceptamos y afrontamos la vida desde la verdad.
No quiero terminar sin nombrar a Manolo Solo, otro actor que se echa encima toda la trama de la fantástica Una quinta portuguesa de la directora Avelina Prat. Se está convirtiendo en la revelación de la temporada y no me extraña que así sea porque esconde en su interior una calmada reflexión sobre los caminos, la extrañeza de vivir, los vínculos y los encuentros y desencuentros a los que nos enfrentamos a la vida.
Vuelvo a la realidad y pienso en el tiempo, en nosotros, en cómo irá girando el mundo mientras que escribo estas líneas. La barbarie, la injusticia, la sinrazón seguirán haciendo de las suyas. Me paro un momento, respiro, sigo caminando. Consciente, atento, agradecido.


