Me entero este domingo de la muerte de Mamerto Menapace este monje benedictino y argentino que escribió un libro con el título que utilizo para mi entrada y que habla de la vida eterna. Mamerto escribió el libro en 1992, con apenas cincuenta años. Unos años después, en 1998, me lo regaló mi amiga Beatriz Neff , religiosa y compañera en la Facultad de Teología de Granada. El libro ha sobrevivido a mis mudanzas. Es un libro importante, lo fue en su momento, cuando lo leí, una epifanía en toda regla. El libro habla de la vida eterna, del más allá, de la parusía. De ese lugar en el que habrá encontrado los abrazos definitivos después de una vida intensa, profunda y vivida. Cada día me asombro más con la Providencia que sabe unir cabos entre la vida y la ficción, entre lo que somos y lo que nace de nuestras lecturas. 

«Cuando el Dios de la historia venga, nos mirará las manos» Mamerto Menapace

Durante mucho tiempo leí las obras de Mamerto, incluso me compré algunas obritas pequeñas, en ediciones populares, que ahora no encuentro, y que me hice con ellas cuando visité la Argentina allá por 2007. Haciendo memoria, no tengo que pensar mucho para decir que ha sido uno de los autores referentes en el camino que me ha ayudado a crecer y a creer. ¡Benditos los autores, los escritores, los artistas que nos ayudan a escribir o contar lo que nosotros no logramos expresar! Cojo de nuevo el pequeño librito entre mis manos y vuelvo a releerlo como haciendo un homenaje a sus palabras, mientras elevo una oración. 

Este paso, esta espera, me lleva a pensar en el final de la vida. El ocaso de los caminos, el encuentro con la ‘Hermana muerte’. Y veo que hoy, más que nunca, está en el centro y a la vez en la periferia de los intereses de nuestro mundo. En la Iglesia, los mayores, en muchas iglesias son los que sostienen hoy por hoy la llama. Su memoria del pasado, de lo vivido, la experiencia atesorada es la que hoy en día ilumina y da sentido a muchas de las comunidades en las que compartimos la fe. En la parroquia que acompaño este curso hay un taller de memoria que sirve, fundamentalmente, para encontrarse, y para recordar, celebrar y contarse juntos. Muchos hombres y mujeres han encontrado en esos momentos un lugar seguro, un espacio donde cuidarse.  

Pero sabemos que el camino es arduo, a veces difícil y complejo. Leo un párrafo en la novela que tengo entre manos: «Perder la memoria, perder los referentes, perder las palabras. Perder el equilibrio, la vista, la noción del tiempo, perder el sueño, perder el oído, perder la chaveta. Perder lo que te han dado, lo que te has ganado, lo que te merecías, aquello por lo que luchaste, lo que pensabas que nunca perderías”.  El fragmento pertenece a Las gratitudes de Delphine de Vigan que ha dejado en mí un poso profundo. La historia de Michka, Marie y Jèrome nos habla de pérdidas, cuidados y memoria. De aquello que se queda varado en nuestra mente, de aquello con lo que necesitamos reconciliarnos y de las trabas de un sistema que multiplicando protocolos olvida a la persona. 

«Envejecer es aprender a perder» Delphine de Vigan

Enlazado con la novela me encuentro con el artículo de Antonio Lucas en el diario El Mundo titulado Residencia o escombrera, carta a Millás en el que el autor revive la muerte de su madre en una residencia. El texto es corto, conciso y demoledor. Mira de frente, a partir de su propia experiencia, de su propia pérdida, el lado oscuro de esta sociedad del cuidado selectivo, del capitalismo rampante, del continuo desbordamiento de los servicios. Ya cuesta bastante andar el camino como para que la propia sociedad empuje al descarte basado en intereses espurios. Por eso hay que seguir apostando por defender y luchar porque no se rompa esa cadena del cuidado, desde que nacemos hasta que morimos, desde el primer paso a la última espera.

Los verbos de la vida

RENACER

Resucitas con lo que tenías puesto antes de morir, con tus ropas, con tu edad y tus arrugas, con tus anclajes minuciosamente construidos durante muchos años.

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SOSTENERSE

La buena noticia para ti y para hoy y para siempre es que solo te necesitas a ti.

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REENCONTRARSE

El arte plasma siempre las inquietudes más profundas y difícilmente explicables de otra forma, aquellas que nos socaban o nos llenan o nos irradian hacia nosotros y hacia el mundo.

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