Salgo profundamente emocionado del espectáculo Sherezade que vuelve a poner en escena la bailaora María Pagés en el Centro Danza Matadero este mes de septiembre. Y mi emoción va unida a la presencia escénica de su protagonista, a la propuesta coreográfica y a la dramaturgia que se desarrolla sobre las tablas.
Ella es Sherezade, una mujer inspirada en la protagonista de Las mil y una noches. Tanto allí como aquí, se encarga de narrar historias cada noche al rey como forma de sobrevivir. El relato, la imaginación y la memoria como tabla de salvación. Una de las escenas más hermosas del espectáculo se desarrolla con unos libros que sirven de apoyo a la coreografía. Sherezade va repartiendo a cada una de las bailarinas un libro y, de repente, la escena se convierte en una biblioteca que baila. Los libros toman cuerpo, suenan, sugieren y, de esta forma, se pone el relato, el hecho de contar historias, en el centro del espectáculo. Mujer y teatro, ese idioma materno del que habla Fabio Morábito. Me acordé también de Lola Mondéjar y su ensayo Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad, que tanto he disfrutado este verano en el que se habla de los relatos y la deriva que están tomando en la sociedad actual donde, en ocasiones, acaban por desaparecer.
En el anterior post, hablaba de la película On falling y apunté de pasada el momento en el que la protagonista tiene una entrevista de trabajo. Cuando la entrevistadora le pregunta a Aurora “¿qué le gusta hacer después del trabajo?”. Ella se queda sin palabras, se da cuenta de que no tiene relato que compartir, comienza a angustiarse porque no sabe cómo salir de ese atolladero. Recurre para ello a frases hechas, a ideas repetidas que ella es consciente de que no son verdad y que repite constantemente. La situación que vive la ha dejado sin relato, sin capacidad de definirse. En muchas ocasiones, como la protagonista de esa historia, llegamos a este punto que suele ser también un momento de caer en la cuenta de dónde y cómo estamos. Y si tenemos la paciencia y la valentía de paramos a mirarnos un poco, nos daremos cuenta de la verdadera naturaleza de nuestra verdad.
Volviendo a la danza, el arte y el oficio de María Pagés y su compañía, compuesta por músicos y cantaores flamencos y por otras diez bailaoras que acompañan la coreografía, van hilando durante una hora y media el engranaje de la lucha, de los contrarios, de la voz, del nombre, del relato que se cuenta cada noche y que cesa al amanecer. Me venían a la cabeza esos lances bíblicos, “la noche es tiempo de salvación” o “ni las tinieblas serían oscuras para ti y aun la noche sería clara como el día”. Lo artístico tiene ese poder de evocación que nos lleva a la profundidad, a la contemplación, al encuentro. Construyendo un relato que no podemos perder y que, a veces, la sociedad logra oscurecerlo.

Esta última semana de septiembre hemos estamos celebrando en nuestras iglesias, la Semana de la Palabra, que no es más que una nueva oportunidad de poner a la Palabra en el centro de nuestras vidas. La palabra calma y da sentido, la palabra salva, abre horizontes. La Palabra es viva y eficaz cuando es instrumento de salvación. Pero no podemos olvidar que también puede ser instrumento de confusión y engaño, de mentira y de oscuridad. El manoseo constante de las palabras, a veces, nos aleja de la realidad. Vivimos en el alambre de los conceptos y no somos capaces de pegar el salto a la vida y nombrar a las cosas por su nombre. Sin medias tintas ni posturas impostadas. Gracias a Dios nos sigue quedando la Palabra, esa presencia con mayúsculas que proyecta su sombra sobre cualquier atisbo de mentira. También nos queda el arte y la belleza que hermosea a su paso cualquier sombra de fealdad. Y nos queda la esperanza, esa mirada abierta, sin miedo, hacia el futuro, un horizonte de relatos, donde una mujer seguirá contándonos historias en la noche, acompañando nuestros pasos al amanecer.