El sacramento fuente. La eucaristía, el Reino se hace presente

LA FUERZA DE LA EUCARISTÍA
El símbolo síntesis de nuestra historia

En la Eucaristía la realidad central que hace de símbolo eficaz es el pan y vino compartido. ¿Por qué?
Porque viene de un contexto humano e histórico muy potente.

Por un lado, es un poderoso símbolo humano
Cuando queremos celebrar algo con alguien, recurrimos con mucha facilidad, casi espontáneamente, a compartir comida y bebida. Cumpleaños, bodas, fiestas… hasta los chavales cuando quedan comparten comida y bebida… ¿Por qué? Porque sentarse con otro a compartir significa incluirle en tu espacio personal, en un ámbito de familia, en una relación diferente a la laboral, a la instrumental… No sientas a cualquiera a tu mesa.

Por otro, es un signo clave en nuestra historia
Por eso, no es extraño que en muchas culturas (como en la romana o la judía de los primeros siglos), fueran un signo habitual y de gran importancia.

  • Para Israel:
    Fíjate cómo las dos grandes fiestas del judaísmo eran (y son) comidas compartidas: la cena del sábado y la cena de Pascua. Y, en las dos, el pan y el vino. Para el judaísmo, en esas comidas el tiempo se detiene y aparece el mismo cielo, que se adelanta desde el final de los tiempos, para que haya un día que «sepa a eternidad».
    Por ello, el profeta Isaías toma esa imagen, la del banquete compartido, para explicar la época mesiánica, cuando el Reino de Dios se haga presente entre nosotros, borrando toda lágrima y curando todas las heridas. (Lee el texto en Is 25,6-10.)
  • Para Jesús:
    Y así hace Jesús: cuando quiere visibilizar el Reino de Dios hace el signo del banquete. Para Él es la clave para vivir (más que decir) el Reino:
    – Fíjate en Zaqueo… No se convierte por un discurso moral, sino cuando comen juntos.
    – Fíjate en la parábola del hijo pródigo… Todo gira en torno al banquete de vuelta al hijo… ¿Te sientas con tu hermano o no?
    – Fíjate en las bodas de Caná… En el banquete de las bodas de Dios e Israel vuelve a fluir el mejor vino.
    – Fíjate en la multiplicación de los panes y los peces… En el banquete del Reino hay para todos y aún sobra.
    Por eso, cuando Jesús está en Jerusalén, territorio del Sumo Sacerdote, donde ha denunciado un Templo que excluye a los pobres que no pueden comprar grandes ofrendas, a los enfermos, a los niños, a las mujeres, a los extranjeros… y sabe que se ha jugado la vida, elige hacer un último signo, un testamento, una síntesis de todo lo vivido, del mensaje mismo del Reino: y elige la Última Cena, la comida compartida en la que los Doce (todas las nuevas tribus de Israel, todo el nuevo Pueblo de Dios, toda la humanidad misma), comparten el pan y el vino. Y Él, el Reino mismo, estará siempre, en verdad, presente, en cuerpo y alma, con nosotros. Seguid haciendo el signo del Reino.

El símbolo del Reino de plenitud
Por eso, la Eucaristía, en el pan y vino compartido, hace presente la comunión de Dios y la humanidad en todos los
aspectos imaginables.

  • Comunión con Dios mismo. Hace presente a Jesús mismo, Dios con nosotros, en su Espíritu: esa comunión, profundísima, nos hace tomar conciencia de nuestro estar sostenidos en Dios Amor, que es la experiencia cristiana básica y fundante, sin la que no podemos vivir. Y desde ahí:
  • Comunión entre nosotros. En Dios vivimos la esencia de la fraternidad: hijos del mismo Padre, hermanos desde lo más profundo de nuestra realidad. Nos hace Iglesia, Pueblo de Dios, hermanos y hermanas en Cristo.
  • Comunión con toda la Iglesia. Más allá de nuestra comunidad, nos recuerda hermanos de toda la Iglesia universal, la pasada (los que nos transmitieron la fe), la actual (de toda condición, lugar, lengua, cultura…) y la futura.
  • Comunión con toda la humanidad. Nos reconocemos hermanos de todos, unidos en la comunidad del Espíritu, presente en todas las personas de buena voluntad del mundo, en lo mejor de todas las culturas y religiones.
  • Comunión con toda la creación. Hermanos de todos, somos los servidores de la creación entera, a la que estamos llamados a cuidar como vicarios mismos de Dios.

Como nos enseñan nuestros hermanos judíos, en la Eucaristía, la eternidad, el cielo mismo, el Reino definitivo, se hace presente en Dios Amor. Por ello, la Iglesia proclamamos que es el «sacramento fuente» de los demás sacramentos, que es el mismo centro de la vida sacramental cristiana…
Por ello, no ir a la Eucaristía no es cuestión de pecado o no, sino que es una pena mayúscula.

LA EUCARISTÍA
Como en otros sacramentos, podemos plantear algunas claves para ayudar a vincularse a la Eucaristía.

  • La Eucaristía constituye y sostiene a la comunidad eclesial: si, como hemos señalado, el sujeto que sostiene y propone un proceso pastoral es la comunidad cristiana…
    – ¿Son conscientes nuestros jóvenes de que esa es la experiencia cristiana básica?
    – ¿Celebra nuestra comunidad la Eucaristía? ¿Se reúne para disfrutar de lo que la constituye, la fraternidad en Dios?
    – ¿Tienen los jóvenes un lugar donde, si no estuvieran, se les echaría de menos, como en las familias, donde se sienten parte, tal como son?
    – ¿Participan de su organización, de manera que también la sienten «suya»? ¿O solo la «padecen»?
    Se puede decir que es igual en qué lugar se viva la Eucaristía, y es verdad… Pero es lógico que, sobre todo, los jóvenes, quieran vivir esa experiencia con quienes viven directamente la fraternidad eclesial. La experiencia de la Iglesia universal se basa y parte de la experiencia primera, de la comunidad concreta. Y luego, más maduros, son conscientes de la comunidad universal de la Iglesia.
  • La Eucaristía tiene un centro, el pan y vino compartidos. Nuestros jóvenes, ¿lo identifican o lo confunden con el sermón del cura?
    Ya dijimos que los sacramentos, como buenos símbolos, requieren iniciación, «vincularse» a ellos… Es cierto que la Primera Comunión sirve en parte, pero ¿se re-vinculan cuando son jóvenes? Quizá la celebración de la Pascua, un momento especial, fuerte, puede ser un espacio de vinculación, de recordar la historia que sostiene nuestro símbolo, de vivirla desde dentro, de vincularla no con la capacidad de comunicación del sacerdote, sino con el signo del Reino de Jesús.
  • La Eucaristía tiene una estructura litúrgica muy rica. ¿Nos hemos iniciado a ella? ¿La conocemos, la identificamos, por lo menos en los grandes momentos: tomar la Palabra, compartir el pan y el vino? El relato de Emaús (Lc 24,13-25) puede servir para iniciarse a ello: Jesús nos recuerda nuestra historia en la Palabra y partimos el pan… ¡y entonces le reconocemos! (y salimos a proclamar el Reino).

José María Pérez Soba

Formación sacramental

INICIACIÓN CRISTIANA Y SACRAMENTOS

Resolver la gran pregunta «¿quién soy?» queda referida a «¿quién quiero ser?», es decir, queda en las manos de cada uno y en los criterios que decida usar para responderla.

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