LA NATURALEZA NOS HABLA

Las imágenes del volcán de la Palma impresionan y cuestionan. Nuestro planeta está vivo; no es algo que está ahí a nuestra disposición.  Algo nos está diciendo. Hemos de escuchar la voz de la madre Tierra que nos dice: «Yo puedo vivir sin ti, pero tú – especie humana- no puedes vivir sin mi». Educar en la escucha atenta de lo que nos dice la naturaleza es uno de los desafíos de la educación de este presente tan convulso.

La atención precisa de un juego de aproximación y de toma de distancia para no fusionarnos con el entorno y también para no desconectarnos de él. Por eso, en la atención hallamos una fuente de vinculación con lo que nos rodea. La atención requiere escuchar y no solo oír; ver y no solo mirar; conmoverse y no solo sentir; acariciar y no solo tocar; saborear y no solo probar; dejarse inundar por el aroma y no solo oler.

Aprender a mirar la naturaleza desde nuestra condición de estar vinculados a ella es prestarla atención y latir con ella. Más que una acción o actividad, la atención es una manera de estar en el mundo: estar atentos es lo contario de estar dispersos, distraídos. Es una especie de quietud activa que nos ayuda a permanecer despiertos y a estar capacitados para desvelar de alguna manera lo que sucede.

Podemos registrar la disminución de agua en nuestros pantanos o el número de hectáreas quemadas de nuestros bosques o el aumento de la contaminación en nuestras ciudades; pero lo más importante es atender a lo que nuestra atención detecta. Si a la naturaleza le va mal, a nosotros como especie humana nos irá peor. Más allá de los datos cuantitativos está la obligación de atender al acontecimiento que se esconde en ellos y tratar de desvelar qué mensaje nos quiere decir.

El acontecimiento de la pandemia requiere nuestra máxima atención para escuchar los avisos que nos lanza, aunque estemos ya cansados de tanto coronavirus. Pero lo cierto es que un virus invisible a nuestros ojos nos ha hecho ver lo frágiles que somos como humanidad. Un gigante con pies de barro lucha por sobrevivir: eso somos nosotros.

No olvidemos que el planeta que habitamos es mucho más viejo que la especie humana. Más de 4.500 millones de años de existencia le contemplan. Ha pasado por muchas etapas y en él han nacido y desaparecido miles de especies. El homo sapiens sapiens, especie de la que formamos parte y que proviene de un largo proceso de hominización, apenas lleva 150.000 años sobre este hogar, el planeta Tierra. Somos unos recién nacidos desde el punto de vista de la edad de la Tierra.

Pues bien, la naturaleza nos da lecciones de cómo vivir saludablemente, nos recuerda los valores por los que merece la pena sostener nuestra vida en común: respeto, cooperación o responsabilidad, entre otros. Existe una autoridad ética domiciliada en la naturaleza que los seres humanos no hemos sabido captar. Estamos a tiempo de aprender.

De alguna forma la naturaleza nos está pidiendo a gritos que evolucionemos como especie humana, pero no a más contaminación, más producción de cacharros, más consumismo insaciable. No; venimos de eso y ya sabemos que eso no nos conduce a nada bueno ni saludable.

Cabe evolucionar hacia adentro, intentando conectarnos con lo mejor de nosotros mismos para poder vivir en un planeta sostenible, de modo que este hogar, el planeta Tierra, sea realmente habitable para las próximas generaciones.

El filósofo Walter Benjamin expresaba en los años 30 del pasado siglo XX que «la revolución no es un tren que se escapa; es tirar del freno de emergencia». El salto evolutivo precisa prestar atención y saber activar el freno de emergencia de un progreso desbocado que destruye la naturaleza y coloca a la especie humana al borde del abismo. Es muy importante ser conscientes de la necesidad de este salto evolutivo y que lo hagamos extensivo en el aula, en la relación ética entre toda la comunidad que educa. Más aún, el eco de los gritos de la Tierra han de tener su centro de escucha más relevante en los colegios, allí donde se va forjando la nueva manera de vivir y convivir del futuro que viene.