LA TUTORÍA COMO SABIDURÍA DE LO INCIERTO

La vocación docente encuentra su sentido más genuino en la tutoría. Y es precisamente la tutoría ese espacio incómodo que muchos docentes tratan de esquivar, por no incrementar aún más la carga de trabajo y de conflictos. Es comprensible. Y, sin embargo, tengo para mí que la tutoría toca buena parte de la esencia del acto educativo y, por ello, ha de ser una experiencia profesional que todo docente debe atravesar. Es momento de resignificar la tutoría y sacarla del baúl de las dificultades que paralizan.

En la tutoría se establece una verdadera relación ética con el otro: ya sea acompañando a alumnos, desarrollando la hora de tutoría con toda la clase o entrevistándose con las familias. Es el verdadero encuentro cara a cara con la realidad de lo que acontece. En la tutoría es la vida misma la fuente del reflexionar, del conversar y del actuar. Aquí encontramos la clave de la acción tutorial.

Ciertamente, los programas de acción tutorial constituyen una herramienta muy aprovechable para dotar de recursos pedagógicos esa hora de tutoría que a tantos docentes se les atraganta. Y desde la ética del cuidado hay muchos contenidos que pueden abordarse teniendo en cuenta los diferentes ámbitos del cuidado: cuidado de sí, de los otros y de la naturaleza.

Con todo, el verdadero programa de una acción tutorial bien pudiera ser saber leer los signos de los tiempos, esto es, realizar una escucha consciente y un diálogo respetuoso acerca de lo que simplemente pasa. La tutoría, entonces puede ser un espacio intencional de reflexión y de conversación, a partir de los acontecimientos pequeños y grandes que vivimos. Para algunos esto puede sonar a tirarse al vacío y sin red. Y quizá sea un salto, pero alentado por la vida que late a nuestro alrededor.

En la tutoría se deben ensayar preguntas adecuadas para comprender qué nos pasa como alumnos en clase y en el colegio y qué nos pasa como humanidad en este planeta tan renqueante. A veces resulta que tratamos de ofrecer las más variadas respuestas científicas a problemas que nos importan, y sin embargo con ello no llegamos a tocar a fondo nuestra inquietud vital. En la experiencia de la pandemia nos encontramos con muchas explicaciones de todo tipo, desde biológicas y sanitarias hasta económicas y políticas. Pero, en el fondo, costaba mucho tratar de comprender cómo habíamos llegado hasta ese punto de enfermedad colectiva como humanidad.

En tiempos convulsos e inciertos necesitamos cultivar la sabiduría de lo incierto, como sugiere el filósofo Joan Carles Mèlich. En ese terreno podremos abordar mucho mejor la pedagogía del sentido que podemos encontrar en el espacio de la tutoría. Un sentido no dado, sino que hemos de buscar entre todos y que nos proporciona fundamento y dirección a partes iguales.

Así entendida, la tutoría se convierte en un espacio antropológico y ético de primera magnitud, donde partimos de nuestra condición humana vulnerable y necesitada de vínculos sólidos. Por eso, educar es cuidar al otro, salir al encuentro de la vida que acontece. No transmitir solo, sino contagiar; no responder solo, sino saber hacer la pregunta adecuada; no programar solo, sino dejarse cuestionar por el acontecimiento que no estaba previsto. En ese lugar antropológico nos desprendemos de nuestra especialidad (ser “profesor de”) y nos abrimos a la sorpresa de una tutoría que nos visita.

La tutoría necesita de docentes que agudicen su sensibilidad pedagógica y su saber estar. Estar ahí es lo que se requiere, siguiendo la indicación de Lévinas. Saber estar ahí para el otro; desde ahí nace la necesidad de acompañar, de acoger y de poner en marcha  procesos personales y grupales.

Estar ahí en la tutoría es hacerse cargo de los acontecimientos menores y mayores que surgen: desde la pelea entre dos compañeros en el recreo, hasta el fallecimiento de un ser querido que nos deja desolados hasta la reivindicación vecinal para mejorar el parque de nuestro barrio. Todo entra en la tutoría, porque es la misma vida la que nos solicita extraer aprendizajes para volver a la vida transformados.

La tutoría puede convertirse, entonces, en un ámbito de crecimiento personal y colectivo donde emerja sin culpabilidad el valor de lo inútil, la parada y la búsqueda de sentido. Entonces tendrá mejor acomodo saber dar sin ganar, perdonar, escuchar o cuidar. La tutoría puede ser un laberinto, sí. Pero que desemboca en vida cargada de valores.

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