El CUIDADO DE SÍ O LA SABIDURÍA DEL APRECIO

Las encuestas al profesorado dibujan un escenario de sujetos sin poder sujetarse, de un desamparo creciente ante una realidad a todas luces desbordante. La pandemia nos ha enfrentado a una nueva realidad que nos reestructura, pero la seguimos tratando como una anomalía que el sistema ya ha engullido.

Si algo estamos aprendiendo en este tiempo es la necesidad de cuidarnos. Si no me cuidan, al menos he de saber que yo cuento conmigo y este es el primer paso del cuidado de sí: contar con uno mismo, porque yo soy imprescindible. Yo soy el que me encuentro más a mano para mí mismo y, sin embargo, cuesta buscar hueco para esa cita intrapersonal. El cuidado de sí nos emplaza a un lugar interior. Escribe Unamuno: “En vez de decir ¡adelante! o ¡arriba!, di ¡adentro!”. Cuidarse es recogerse y protegerse para poder desplegarse mejor.

Allí adentro conocemos y reconocemos aquello que somos y cuáles son nuestras tendencias anímicas y emocionales. Detecto si soy más propenso a la rigidez o a la flexibilidad, me veo con más o menos energía interior, con mayor o menor capacidad para integrar tensiones y frustraciones, con este nivel de autoestima o con aquella predisposición a la crítica constante. Al cuidarme acierto a decirme: ¨sé quién soy”. Este conocimiento es una modalidad de viaje interior que se realiza en una soledad que no es aislamiento sino capacidad para sintonizar mejor con uno mismo y también con los demás.

El cuidado de sí nace del vínculo que va de mí hacia mí mismo. ¿Egoísmo? No, simplemente aprecio. “No hay mayor desprecio que no hacer aprecio”, dice el refrán popular. El vínculo que tengo conmigo mismo hace tomar conciencia de que estoy ahí, de que no soy una máquina activada a mil funciones, tareas y deberes. En primer lugar, me debo a mí, a mi propósito personal, a mi vocación como persona. Sin aprecio por uno mismo no hay posibilidad de cuidado, no solo a mí mismo, sino tampoco a los demás. Por tanto, hablamos de un vínculo amoroso, no intelectual ni moralizante. El aprecio nace de una mirada amable hacia uno mismo. Conduce directamente a la puerta de las posibilidades inéditas que están por desarrollar. Pero yendo despacio, sin dar un paso más largo del que realmente puedo dar.

Desde el aprecio detecto mis necesidades y suelto lastre, especialmente aquel que me hace mirar hacia atrás permanentemente, y me paraliza en agravios pasados, desencuentros no aclarados y rigideces que no me hacen mejor, sino todo lo contrario. Desde el aprecio, en definitiva, me conozco con más intensidad.

En el libro de Hermann Hesse, Siddharta, se describe el encuentro entre el peregrino Siddharta y un rico comerciante. Este cree que el viajero que llega se encuentra en la miseria y busca trabajo. Se produce un diálogo entre dos mundos completamente diferentes. El comerciante solo valora las posesiones y la riqueza material, mientras que Siddharta es feliz sin nada poseer. Finalmente, el comerciante pregunta a Siddharta qué sabe hacer. Y este le responde: “Sé pensar. Esperar. Ayunar”. Tres palabras desde el aprecio de sí.

Lo que importa es conocerse y cuidar aquello que uno es. Pensar, esperar y ayunar son las grandes fortalezas que Siddharta cuida y abona. El ayuno, por ejemplo, le permite no aceptar cualquier trabajo y le posibilita saber esperar a tiempos mejores, pensando y tanteando nuevas posibilidades. Se aparta de la impaciencia y trata de vivir en paz. Más allá del ejemplo tomado al pie de la letra, Siddharta es un modelo de autocuidado.

Por tanto, convienen grabar en algún lugar de nuestros adentros estas tres recomendaciones finales:

  • Si cuidas de ti ya cuidas de otros. Por el contrario, si no cuidas de ti y te afanas en cuidar de modo desmedido a los demás toparás con el desánimo más paralizante.
  • Si cuidas tus capacidades, las reconoces y potencias experimentarás el aliento del crecimiento interior que se expande en todo lo que tocas. Si te resistes a crecer por miedo quedarás anclado en el pasado que no vuelve.
  • Si vives el presente y saboreas que lo que ocurre es lo que conviene reconocerás la bondad de lo real. Si, por el contrario, temes por todo, por lo que ocurre y por lo que nunca pasará, vivirás fosilizado en el temor que todo lo inunda.
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