EL SILENCIO: SABOR A PLENITUD I

tres caminos de apertura

Al hilo de las entradas anteriores en las que se reflexionaba sobre el silencio como reto educativo, el silencio como  nostalgia, pánico y revelación, y el silencio, más allá de las palabras

… Llegados a este punto, todo invita a una actitud de apertura, apertura a un conocimiento mayor, un conocimiento que tiene sabor de sabiduría, sabor de plenitud. En este sentido, Javier Melloni habla del «conocimiento silencioso, entendido como una disposición radical de nuestro ser a acoger todo aquello que vivimos. El silenciarse para abrirse y para poder irlo recibiendo todo y en el mismo acto en el que vamos recibiendo todo, irlo entregando también todo. Este acto de apertura para recibir y para entregar, es lo que llamo aquí silencio».[1]

Juan Tauler (siglo XIV), discípulo del maestro Eckhart y considerado el fundador de la mística alemana, decía que «la primera y mayor preparación para recibir el Espíritu es estar vacío, porque en la medida en que el ser humano se ha vaciado se ha hecho receptivo. Si Dios debe entrar, la criatura necesariamente debe salir»[2]. Este es un silenciamiento que implica suspender todas las imágenes preconcebidas de lo que creemos saber sobre las cosas, los demás, sobre nosotros mismos y también sobre Dios. Es un «vaciarse» que permite la espaciosidad interior que va dando cabida a mayor realidad, es un ensanchar los poros de la receptividad para acoger esa realidad.

El ser humano es un ser abierto a la trascendencia, al infinito, al Misterio, a Dios, en un camino de tres direcciones:

  • Hacia el mundo exterior: las cosas.
  • Hacia los demás: las personas.
  • Hacia el mundo interior: uno mismo.

Apertura hacia el mundo exterior

      Estamos de acuerdo con Javier Melloni cuando distingue dos formas de acercarse a la realidad que nos rodea. Hay un modo de relacionarse con los objetos que nos rodean de forma que simplemente los utilizamos y se agotan en sí mismos, acaban ahí, no nos llevan más allá. Pero existe otra forma de acercarse a las cosas, a través del conocimiento silente, de tal manera que podemos ir descubriendo aquello que contienen más allá, a través de la forma que son, pero más allá de esa forma. Entonces se convierten en oberturas a la Trascendencia, a eso invisible a esa Presencia que cuya única manifestación solo se da, precisamente, a través de esas mismas cosas. Cuando eso es así, es porque hay un profundo silencio en nosotros que es capaz de acoger cada cosa en aquello que es irrepetible y concreto que tiene, pero que al mismo tiempo es noticia de una inmensidad que, a través de esa manifestación, se nos hace accesible. Que nuestra utilización de las cosas no las reduzca a meros instrumentos, sino que nuestro modo silente de acogerlas se convierta en un acto de respeto y agradecimiento.

      Desde esta perspectiva, podemos realizar tareas cotidianas, como beber un vaso de agua, ducharse, preparar la comida, entrar en una clase, de una forma profunda, de manera que aquello que hacemos o recibimos se convierte en algo sagrado, en algo que nos hace entrar en comunión, mucho más allá de su utilidad, con ese inmenso regalo del continuo existir que es nuestro ser. En palabras de Melloni, lo visible se convierte en  una «entrada holográfica» en lo invisible, en el Misterio.

      Apertura hacia los demás

      Conocer en silencio a las personas significa dejar que ellas sean no lo que yo quiero que sean, sino lo que ellas son. De esta manera estamos posibilitando que la persona desarrolle todo su potencial. Cuánto conocimiento silencioso necesitamos unos de otros, sobre todo en el ámbito escolar. Poder ir al encuentro del otro, de tal manera que cada encuentro, cada clase, sea un nacimiento de esa relación. Empezar siempre desde lo nuevo, percibimos al otro como revelación, como epifanía de esa alteridad que es irreductible a lo que yo soy.

      «La otra persona es también una entrada holográfica en lo invisible, en el Misterio, es una condensación de energía humana habitada de un misterio infinito tal como yo también soy condensación de materia también envoltorio de otro misterio infinito» Javier Melloni.

      Platón en su Fedro (370 a.C.) habla de lo que es conversar y dice que lo más excelente es plantar y sembrar en un alma adecuada palabras con fundamento, capaces de ayudarse a sí misma y a quienes las planta y que no son estériles sino portadoras de simientes de las que surgen otras palabras, con otros caracteres que son canales por donde se transmite permanente la semilla inmortal. Qué maravilla si conversáramos así, desde esa consciencia, pero para eso necesitamos tiempo y calidad de escucha. Esta calidad de escucha no es otra cosa que silencio. Cuando aplicamos esta consciencia y silencio en el ámbito escolar, este se transforma; las clases se convierten en revelaciones; son fecundaciones mutuas en las que aparecen árboles nuevos, con frutos nuevos; esto es lo que hace avanzar a los humanos.

      Apertura hacia uno mismo

      Las aperturas anteriores no pueden darse si no hay lugar de acogida en uno mismo, si no hay conocimiento silencioso de nosotros mismos, en nosotros mismos. Cuando experimentamos ese silencio lo que se produce es, por decirlo de alguna manera, la experiencia del don, es donación. Se entrega todo, se suelta todo porque todo se está dando, la pura presencia en la Presencia.

      En su libro Subida del Monte Carmelo, San Juan de la Cruz nos advierte sobre desprenderse de todo:

      «Porque eso me da que un ave esté asida a un hilo delgado que a uno grueso, porque, aunque sea delgado, tan asida se estará a él como al grueso, en tanto que no le quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de quebrar; pero por  fácil que es, si no le quiebra, no volará. Y así es el alma que tiene asimiento en alguna cosa, que, aunque más virtud tenga, no llegará a la libertad de la divina unión».

      Todo ello tiene que ver con la apropiación del yo, mientras haya un retorno hacia mí que no me deja soltar, todavía no puedo soltar, ni puedo conocer lo que verdaderamente merece la pena ser conocido. Mientras retenemos algo, hay una distancia infinita con lo que está por conocer. Debemos ser sinceros en el conocimiento verdadero de nosotros mismos. Cuando ese soltar radical sucede —las tradiciones religiosas lo nombran de muchas maneras: liberación, iluminación, salvación, conversión— sucede la apertura a este último elemento, la apertura hacia Dios, o lo que es lo mismo, el conocimiento silencioso de Dios.

      Isabel Gómez Villalba
      Docente e investigadora en la Universidad San Jorge. Centrada en la innovación educativa, investigo y diseño experiencias pedagógicas tanto para la integración y desarrollo de habilidades espirituales en el proceso de enseñanza-aprendizaje, como en el estudio y la implementación de proyectos de aprendizaje–servicio.


      [1] MELLONI, J.: Conocimiento Silencioso. En: III Foro de Espiritualidad (Zaragoza, 8, 9, 10 de noviembre de 2013): El Silencio, Fuente y Origen de la Vida. Asociación Aletheia Zaragoza.

      [2] JUAN TAULER: Obras. Edición de Teodoro H. Martín. F.U.E. Madrid, 1984.