LAS MATRIARCAS: MUJERES, MADRES Y, A VECES, RIVALES

El estudio de las narrativas bíblicas en la etapa patriarcal nos ofrece un panorama de la vida compleja y, a menudo, desafiante de las primeras figuras femeninas que moldearon el pueblo de Israel. Sus historias están entrelazadas con las promesas divinas, las luchas personales y las severas regulaciones legales de la época. 

Para comprender las dinámicas familiares de patriarcas como Abraham y Jacob, es esencial considerar las leyes mesopotámicas. El Código de Hammurabi, por ejemplo, establecía que una ama estéril podía entregar a su esposo una de sus esclavas personales como concubina, y los hijos nacidos de esta unión serían considerados legalmente como hijos del ama estéril. Esta ley se aplicó directamente en varias ocasiones cruciales para asegurar la descendencia. 

Uno de esos casos fue Sara: la «corona» de Abraham.

Sara, cuyo nombre fue cambiado por Dios como parte de una misión divina (Gn 17, 15-16), es fundamental en el cumplimiento de la promesa de Dios que da marcha a lo que será su pueblo elegido (Gn 18,1-15; Gn 21,1-7). La necesidad de un heredero llevó a Sara a usar la estrategia legal de su tiempo. Agar (Gn 16,1), su esclava personal, fue entregada a Abraham. Agar había sido sacada de Egipto siendo una niña y vendida como esclava, y aunque era esclava, era tenida en gran estima por su ama. Pero esto hace que, inevitablemente, estas dos mujeres entren en una rivalidad que terminará con el nacimiento de Ismael, hijo de Agar con Abraham, por un lado y el nacimiento de Isaac, hijo de Sara con Abraham, por otro (este último mediado por el poder de Dios). 

El Talmud, texto central en el judaísmo que compila discusiones rabínicas sobre leyes, tradiciones y costumbres, describe a Sara como muy hermosa y afirma que Sara fue superior a Abraham en los dones de profecía. Era vista como una «corona» para su marido. Abraham, reconociendo su superioridad espiritual, oía y obedecía sus palabras.  

Así fue como Isaac, hijo de Abraham y Sara, se unió con su mujer Rebeca y tuvieron dos hijos: Esaú y Jacob. Aunque Esaú era el primogénito, Rebeca se valió de estrategias para que su hijo Jacob obtuviera la bendición de Isaac, asegurando así la continuidad del linaje prometido por Dios. 

La familia de Jacob se formó bajo circunstancias matrimoniales complejas que involucraban a dos hermanas: Lía y Raquel, y a sus respectivas esclavas: Zilpá y Bilhá

De Lía (Gn 29,15ss), sabemos que era la hija mayor de Labán y primera esposa de Jacob; se convirtió en la madre de seis de los hijos de Jacob (Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar y Zabulón), quienes son atribuidos como el origen de seis de las doce tribus de Israel. También fue madre de su única hija, Dina. En cuanto a Raquel (Gn 29,4-6.15; 30:3; 35:22), era la hermana menor de Lía; fue la esposa que Jacob amaba, causando esto una historia de rivalidad entre las dos hermanas. Sin embargo, Raquel no pudo concebir durante muchos años. Siguiendo la misma ley mesopotámica, le ofreció a Jacob su esclava personal, Bilhá. Bilhá dio a luz a Dan y Neftalí. Finalmente, Raquel tuvo a José y, dieciséis años después, a su segundo hijo. Murió durante este segundo parto, nombrando al niño «Benoni» («hijo de mi dolor»), aunque Jacob cambió su nombre a Benjamín («hijo de la felicidad»).  

El legado de Raquel perduró proféticamente. El profeta Jeremías (31,15) habla de «Raquel que llora a sus hijos». En el judaísmo, este llanto se interpreta como aquel que pone fin a los sufrimientos y exilios de sus descendientes. Según el Midrash, método judío de interpretación de textos bíblicos, Raquel suplicó ante Dios comparando su propia piedad (al permitir que su rival Lía fuera sepultada en su casa) con la infidelidad de sus descendientes, y Dios aceptó su súplica, prometiendo que el exilio terminaría y los judíos regresarían a su tierra. 

La otra concubina: Zilpá (Gn 29,24; Gn 46,18), esclava de Labán ofrecida a Lía, también jugó un papel crucial en la fundación de las tribus. Se convirtió en concubina de Jacob y fue madre de Gad y Aser, de quienes surgen dos de las doce tribus de Israel. Quedando así completas las doce tribus. 

La historia de Dina (Gn 34), hija de Lía y Jacob, es un relato de tragedia y violencia. Dina fue a visitar a las mujeres de la ciudad de Siquén y fue tomada por la fuerza y violada por Siquén, hijo del príncipe local. Aunque Siquén se enamoró de ella y pidió casarse, los hijos de Jacob, sin el conocimiento de su padre, decidieron vengarse. Engañaron a Siquén y a su padre, Jamor, exigiendo que todos los varones de su tribu se sometieran a la circuncisión para conceder la mano de Dina. Al tercer día, Simeón y Leví masacraron a todos los varones que se recuperaban de la circuncisión, rescataron a Dina y saquearon sus propiedades. Ante el reclamo de Jacob, los hermanos justificaron su matanza, argumentando que no podían permitir que su hermana fuera tratada como una prostituta. 

Mujeres clave en el desarrollo de la historia de Israel 

Las matriarcas de la etapa patriarcal son cruciales para la historia de Israel, no solo como figuras pasivas, sino como agentes activos y fundacionales. La relevancia de estas mujeres radica en que moldearon tanto la composición física como el destino espiritual y moral del pueblo: Lía, Zilpá y Bilhá proporcionaron la mayor parte de la descendencia directa de Jacob, dando origen a diez de las doce tribus de Israel. Sara trascendió el rol marital, siendo reconocida por el Talmud como superior a Abraham en los dones de profecía, y fue la única mujer con quien Dios se comunicó directamente, siendo esencial para el cumplimiento de la promesa divina. Su papel fue tan vital que, para asegurar la descendencia, ellas emplearon activamente las leyes mesopotámicas (Código de Hammurabi) sobre las concubinas. Además, el legado de Raquel se extiende hasta la redención, ya que su llanto profético es interpretado como el que pone fin a los sufrimientos y exilios y promete el regreso del pueblo a su tierra. Incluso en los actos de protección, la venganza por Dina estableció límites morales para la comunidad, justificando que no se podía permitir que una mujer fuera tratada como una prostituta, cimentando así los principios éticos y la supervivencia de la línea familiar. Estas mujeres, fueron pilares indispensables en el establecimiento y la continuidad del pueblo elegido.