CUANDO ENSEÑAR DEJA HUELLA Y APRENDER TRANSFORMA

¿Qué significa, en su sentido más hondo, aprender? ¿Y enseñar? A veces pronunciamos estas palabras con tanta frecuencia que olvidamos su carga simbólica, su latido profundo. Nos movemos entre horarios, objetivos, criterios de evaluación, competencias. Pero, ¿nos detenemos a escuchar lo que estas palabras nos dicen desde sus raíces? ¿Y si fueran semillas de una mirada más humana sobre la educación?

Aprender: cuando algo se vuelve parte de uno mismo

Aprender proviene del latín apprehendere, que significa «asir», «captar con fuerza». En su origen, aprender no era acumular datos ni repetir ideas, sino apropiarse de algo que se vuelve parte de uno mismo. Hay en este verbo una energía vital: quien aprende se implica, desea, busca, se deja interpelar por lo que aprende.

Aprendemos de verdad aquello que conecta con nuestra experiencia, que despierta nuestras preguntas más profundas, que encuentra un eco interior. Por eso, aprender tiene más que ver con la vida que con los exámenes. Más que recordar, aprender es incorporar, hacer propio lo ajeno, dejar que algo nos transforme.

En el aula lo sabemos bien: lo que realmente aprenden nuestros alumnos no siempre es lo que programamos. Es aquello que logra despertar su atención, resonar con su mundo interior, conectar con sus afectos.

Hoy necesitamos restablecer el papel central del aprendizaje en la educación. Que el alumno deje de ser un receptor pasivo y se convierta en agente activo, motivado, capaz de asumir la responsabilidad de su propio proceso. Un ciudadano del presente con capacidad de transformar su entorno.

Enseñar: dejar huella, abrir camino

Enseñar proviene del latín insignare, compuesto por in- («hacia el interior») y signare («marcar con un signo»). Es decir, enseñar es dejar una señal en el interior del otro. No simplemente transferir conocimientos, sino acompañar procesos de sentido.

El docente, desde esta raíz, recupera su función originaria: orientador, facilitador, estratega del aprendizaje. Su papel no se reduce a transmitir contenidos, sino a crear condiciones, provocar preguntas, generar encuentros.

Enseñar es siempre un acto relacional. Una presencia que ofrece mirada, palabra, escucha. Un gesto que deja marca, que invita a crecer. A veces no veremos el fruto, pero si lo hicimos desde la verdad y el cuidado, algo permanece. Algo germina.

Educar desde el vínculo: interioridad que se irradia

En el corazón de la educación habita el vínculo. La relación auténtica entre quien enseña y quien aprende es el espacio donde acontece lo educativo.

Y esa relación acompaña un movimiento vital: ir hacia dentro para salir transformados hacia fuera. Enseñar no es solo guiar hacia la interioridad, sino también indicar caminos de despliegue, de compromiso, de irradiación hacia los demás.

Educar es acompañar esta respiración esencial: reconcentrarse para irradiar. Y en ese proceso, también el educador aprende. Porque no solo dejamos huella en nuestros alumnos: ellos también nos transforman.

Educar desde el vínculo es, por tanto, abrir un espacio donde el conocimiento se humaniza, donde el saber se enraíza en el sentido, y donde enseñar y aprender se entrelazan como actos de transformación compartida.

Mirar las palabras como semillas

Volver a la etimología no es un ejercicio erudito, sino un modo de recuperar la dimensión humana y espiritual del lenguaje. Las palabras, como los vínculos, pueden transformarnos si las escuchamos con atención.

Quizás lo que más necesitan hoy nuestras escuelas no es añadir otra metodología más, sino volver a las raíces. Redescubrir el asombro por lo que significa enseñar y aprender.

Porque, en el fondo, enseñar es dejar una señal de humanidad en el camino del otro.
Y aprender es permitir que esa señal despierte vida dentro.

¿Y si volviéramos a mirar las palabras como semillas?

Isabel Gómez Villalba
Docente e investigadora en la Universidad San Jorge. Centrada en la innovación educativa, investigo y diseño experiencias pedagógicas tanto para la integración y desarrollo de habilidades espirituales en el proceso de enseñanza-aprendizaje, como en el estudio y la implementación de proyectos de aprendizaje–servicio.