UN VISTAZO A LA SOCIEDAD EN LA QUE SE INSERTAN LAS MUJERES DE LA BIBLIA

Para empezar a hablar de las mujeres, debemos situarlas en sus contextos particulares. Como empezaremos hablando de las mujeres de la Biblia debemos echar un vistazo a la sociedad judía, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

Lo primero que hay que decir es que era profundamente patriarcal. Esto significa que la figura del padre (pater) era central: él protegía, representaba y era responsable de su familia.

Esta estructura se traducía en limitaciones legales para las mujeres: no tenía ningún tipo de representatividad legal; no poseía bienes propios. Si llegaba a obtener alguna propiedad por herencia, generalmente no podía administrarla, a menos que fuera divorciada y administrara su dote, o contara con la autorización previa de su marido. La mujer solo heredaba si no había varones en su familia; si una mujer estaba casada, caminaba unos pasos atrás de su marido en público; si era soltera, caminaba detrás de su padre. Bíblicamente, toda mujer creyente está referida a un varón: a su padre o hermanos si es soltera, o a su esposo si es casada: “la esposa de… “, “la hija de…” “la hermana de…”, “la madre de…”.

Estas diferencias entre el varón y la mujer empezaban desde el nacimiento y la infancia: cuando un hijo nacía, la madre entraba en un periodo de impureza ritual que duraba 40 días; pero si nacía una hija, ese periodo se duplicaba a 80 días. A los cuatro años las niñas aprendían las labores de la casa, mientras que los niños se dedicaban a aprender la ley, la religión y el oficio de su padre. Aunque los varones transmitían la ley judía a sus hijos, las mujeres transmitían la piedad. De hecho, la virtud principal de la mujer judía es ser piadosa (cf. Prov 31).

La madurez sexual marcaba el inicio potencial del matrimonio: las niñas podían casarse alrededor de los 14 o 15 años, y los varones entre los 12 y 14 años aproximadamente. El matrimonio (en familias ricas) era un acuerdo familiar concertado por los padres. Aquí entraba en juego la dote, el precio que pagaba la familia de la novia. La dote era fundamental porque servía como garantía: en caso de divorcio, el marido estaba obligado a devolvérsela a la esposa, ya que ella no podía simplemente volver a vivir a la casa de su padre. El fin del matrimonio manifiesta un claro desequilibrio de poder: el varón tenía la potestad de repudiar a su mujer, pero la mujer no podía repudiar a su marido. Aunque el adulterio era la causa oficial para el repudio, en la práctica se admitía cualquier motivo para que el varón lo hiciera.

En cuanto a la identidad judía, un detalle importante es que, para la ley, se es judío al nacer de vientre judío, y esto hacía que el esposo y/o el padre debiera proteger a su esposa/hija de uniones con un no-judío, que habitualmente eran los varones de los pueblos invasores.

Finalmente, aunque todo lo que hemos dicho hasta aquí pone a la mujer en situación de desventaja ante el varón, ese es precisamente el objetivo de nuestra reflexión, evidenciar cómo las mujeres que aparecen a lo largo de los textos bíblicos vencen esas situaciones particulares y aunque condicionadas, no se dejan limitar por el contexto y sobresalen de alguna manera. En cada una de las entregas iremos hablando sobre cada una de ellas para resaltarlas desde lo que son y rescatar lo que nos enseñan al hoy de nuestro mundo.