CINCO ANCLAS PARA LA ESPERANZA ACTIVA

Al hacer balance del año conviene ajustar muchas de las piezas de nuestro cotidiano vivir. Pero, sobre todo, es preciso sumergirnos en la esperanza activa frente a toda forma de catastrofismo y frente a la desidia que nos impermeabiliza. Propongo cinco anclas de la esperanza.

  1. La esperanza es creer en que eso que somos y hacemos tiene sentido

Frente al optimismo ciego de que «todo va a ir bien», Václav Havel afirma: «La esperanza es la certidumbre de que algo tiene sentido, sin importar su resultado final». Somos inevitablemente resultadistas: cuántos quedamos, qué edades tenemos, no hay relevo; también nos importa si llegamos o no a todo, y cómo podemos mejorar siendo más productivos. Será importante, pero quizá más importante será preguntarnos si sigue teniendo sentido hondo lo que hacemos, si merece la pena pisar el acelerador mientras que algunas personas no pueden sencillamente convertirse en robots para la organización.

Cuando Mounier nos dice que «estamos llamados al testimonio y no al éxito», alguna alarma interior debería avisarnos. El éxito es tacticista, mira el corto plazo y necesita liderazgos que se apropian de la causa como algo personal; el testimonio es «pico y pala», confía en el proceso educativo del largo plazo e incorpora liderazgos al servicio de una causa que les sobrepasa.

  1. La esperanza es no dar a nadie por perdido

En los contextos de exclusión social o en la tarea educativa es fundamental estar convencidos de que, en lo posible, hay que buscar un lugar adecuado para cada persona. La diversidad se manifiesta en capacidades distintas, y siempre será una riqueza, nunca debería ser un problema.

La esperanza se hermana con la incondicionalidad. Todas las personas cuentan. Hay una chispa espiritual de la esperanza que nace del «héme aquí», «aquí estoy para ti». La esperanza nos sumerge en la lógica de la alianza y no en la del contrato. El contrato se fija en lo legal, lo normativo, los límites. La alianza es puro vínculo y compromiso. La alianza es una forma de cuidar a los otros que hemos de descubrir, más allá de las herramientas formativas.

  1. La esperanza es buscar las grietas de un sistema que nos deshumaniza

La alternativa a un sistema que deshumaniza y nos desvincula de lo vivo no viene de un golpe de efecto. Será como la lluvia fina; el agua agrieta la roca y por esas grietas asoma la esperanza.

Somos parteros y parteras de lo nuevo que está naciendo. «La era está pariendo un corazón», nos recuerda Silvio Rodríguez; nuestro tiempo es ad-viento, es decir, lo que está por venir. Y ello significa estar atentos a aquellos signos de los tiempos por donde van apareciendo posibilidades inéditas en cada acogida, en cada conversación enriquecedora, en la deliberación que nos conduce a un acuerdo o en un cambio estructural que realmente nos coloque ante algo nuevo y revitalizador.

Convengamos que hoy se ha perdido buena parte de la esperanza por otro mundo posible, y más bien tratamos de adaptarnos a este mundo inhóspito. Vivimos en el «esto es lo que hay», más que en la posibilidad de cambio. En un pueblo de Valencia inundado por la DANA de 2024 alguien escribió en la pared: «No somos los de antes, somos los de aquí en adelante».

  1. La esperanza es sabernos esperados

Hay pocas experiencias más hondas que la de ser y sentirse esperado, tras un viaje de regreso. Que nos digan «siempre te estaré esperando». Eso nos hace vivir con hondura, no solo sobrevivir perdido entre el ajetreo diario. En medio de la metamorfosis de nuestro mundo, ojalá podamos escuchar: «me quedo contigo». Para algunos esto constituye una experiencia de Dios inigualable, porque será el descubrimiento de un Dios que no es un ente Dios frío e inmutable, sino un Padre-Madre apasionado por sus criaturas, que pone su tienda en la entraña de lo humano. Y, para otras personas, será la experiencia honda de sentirse vinculados unos con otros.

Sabernos esperados es tener la experiencia de que cuento favorablemente para el otro: soy tenido en cuenta y puedo responder en justa medida.

  1. La esperanza es darse de alta para la vida

En contextos de sufrimiento indebido y cuando la cultura del descarte nos conduce por sendas pesimistas, hemos de atender a la vida y no encerrarnos en discursos, teorías o doctrinas. Cualquier soplo de vida buena nos recolocará.

Cuando Mercedes Sosa fue saliendo de una oscura situación vital que le condujo a la desidia por vivir, finalmente se dijo: «me doy de alta para la vida». Porque no estamos hechos para la oscuridad sino para la luz.