Sacramentos de vocación: La llamada al matrimonio

Cuando doy clases de teología sacramental siempre sale el tema de los «sacramentos», como decía Martín Valmaseda, es decir, los sacramentos que la gente usa todavía como ceremonias. Es decir, que «usan» aunque no tenga especial fe ni en Dios, en general, ni en ese sacramento en particular.

Cuando pregunto a los estudiantes cuáles creen que son los grandes «sacramentos» de nuestra época, el matrimonio siempre sale a relucir: la gente se casa por la Iglesia por presión de los padres o abuelos, porque es más bonito, por tradición, por apego a un lugar, a una imagen…

Es muy probable que esta sensación refleje la verdad. En el cambio social que hemos vivido, al pasar de un tiempo en la que la comunidad cristiana coincidía (teóricamente) con la comunidad social, a otro en el que tú eliges qué crees y cómo crees, hemos pasado también de una concepción del sacramento matrimonial como institución social monolítica y obligatoria, a otra en la que uno «elige» según el criterio que quiera, profundo o no: tengo «derecho» a casarme por la Iglesia o por el juzgado. Y elijo según me venga en gana.

Sacramento del matrimonio, vocación
El problema es que, en este cambio de época, hemos perdido de vista que estamos hablando de un sacramento, no de dos formas de cumplir un rito social, de firmar un contrato.

¿Qué es entonces el sacramento del matrimonio? El matrimonio es un sacramento de vocación. Por tanto, parte de una llamada personal de Dios que, compartida con otra persona, les llama a una misión. No es, ni puede ser, una obligación social, ni es una elección cualquiera. Esto implica muchas cosas.

La primera: como nace de la experiencia y opción por el seguimiento de Jesús, el amor interpersonal cristiano se vive de determinada manera. El amor que experimentamos en Dios nos muestra que cada persona es única, es un universo maravilloso que debe ser amado como merece, con plenitud. Por ello, aunque en un mundo plural es plenamente legítimo que cada cual construya su propia forma de entender las relaciones de pareja (o poliamores), nuestra propuesta cristiana es la humanización profunda de esa relación: tú mereces ser amado radicalmente, como Dios mismo te ama. Por tanto, nuestros procesos pastorales deben trabajar y clarificar con los jóvenes nuestra propuesta de amor interpersonal, que nace de nuestra forma de vivir, de sentirnos amados por Dios.

La segunda: el matrimonio no es primariamente una cuestión social. Para eso hay contratos de formas variadas, que protegen los derechos de unos y otros. Es una cuestión de experiencia religiosa: nace de un proyecto de vida personal basado en el seguimiento de Cristo.

Por ello, requiere un discernimiento, como toda opción vocacional. Y el discernimiento tiene una parte personal, claro está, pero también un contraste comunitario, un acompañamiento que permite tomar conciencia de las motivaciones reales, de lo que supone esa respuesta vocacional.

Nuestra pastoral de jóvenes, vivida desde la comunidad cristiana, puede y debe servir como espacio de acompañamiento y contraste de esa vocación, de asentarla en Dios y de vivirla desde su amor infinito. Y de capacitarnos para esa vocación: amar a otra persona implica toda una serie de capacidades a actualizar en nosotros: saber escuchar, incluso más allá de las palabras, lo que siente el otro; saber perdonar, al otro y a uno mismo; saber reservar tiempo y espacio para el otro; saber asumir la propia debilidad y la del otro… y no siempre basta con la buena voluntad. Responder a una vocación es el compromiso de prepararme para ella. Solo hay que tomar en cuenta el desvelo e inversión de tiempo y esfuerzo por discernir y preparar a los vocacionados al sacerdocio y comparar con la vocación matrimonial.

El matrimonio: sacramento para los demás
La tercera: el matrimonio, como toda vocación, es también una llamada a una misión. No solo es un camino personal de encuentro y entrega, una auténtica escuela de amor, sino que, además, tiene una dimensión eclesial y evangelizadora.

En efecto, el matrimonio tiene como misión visibilizar el amor de Dios (único, fiel, entrañable) a la humanidad. Por ello, es una misión evangelizadora. Como escribía Tertuliano en el siglo III, la gente señalaba a los cristianos por la calle y decía: «mirad cómo se aman». Esa es la clave. No es ser perfectos, no es aparentar… es la llamada a mostrar que, con todas nuestras debilidades, es posible amar en Dios. Nos casamos no solo para vivir un camino personal de entrega, sino también para realizar una misión: mostrar que es verdad, en medio de este mundo roto, que es posible el amor de Dios. Cuando las personas señalan que «no voy a querer más a mi pareja por firmar un papel» dicen toda la verdad. Pero es que el sacramento no es, en absoluto eso: es públicamente aceptar la llamada a ser juntos para los demás, con toda sencillez y debilidad (justo por eso es presencia de Dios).

Hacia el matrimonio y después del matrimonio
Por ello, como toda vocación cristiana, el matrimonio se vive también en la comunidad cristiana y en ella encuentra apoyo y aliento. Si solo hacemos práctica esta verdad al final del proceso, en forma de «cursillos», cuando la decisión está tomada (no pocas veces al margen de todo esto) y lo que uno quiere es «aprobar» (¿no se aprueban los cursos?) es muy probable que, aun siendo bueno que se realicen, puedan, muchas veces, no ser suficiente. Y el acompañamiento y apoyo a ese ministerio no acaba con la ceremonia. Toda vocación no acaba en la llamada inicial, sino que se inserta en el camino de seguimiento que dura toda la vida. Por ello, constantemente estamos invitados a seguir en el discernimiento del Espíritu, que nos ofrece nuevas realidades, espacios, situaciones en las que hacer presente nuestra respuesta a la vocación de hacer presente el amor de Dios. Juntos, todas las vocaciones cristianas, nos apoyamos en nuestro camino de vida en el Reino. Por ello, nuestras comunidades proponen e invitan a espacios de acompañamiento, a momentos de retiro y discernimiento, a momentos de celebración, tanto personales
como en pareja y en familia para apoyar, alentar y hacer visible nuestra vocación: ser, en pareja, imagen de Dios. Nunca estamos solos en nuestro camino cristiano, ni como personas ni como parejas, sino que vivimos en la siempre frágil y siempre viva fraternidad de los seguidores de Jesús.
En resumen: claves para una pastoral que incluye la vocación matrimonial

  1. Apoyar procesos pastorales integrales donde se trabaja con los jóvenes la comprensión y experiencia del amor interpersonal desde el amor cristiano.
  2. Proponer espacios de acompañamiento, discernimiento y capacitación para la vocación matrimonial, personales y en pareja, como parte de la respuesta adecuada a una vocación, a una llamada de Dios a una forma de vida y a una misión evangelizadora.
  3. Planificar espacios de acompañamiento, discernimiento, retiro y celebración para los matrimonios, personales, en pareja y en familia, para apoyar su camino vocacional.José María Pérez-Soba – Centro Universitario Cardenal Cisneros (Universidad de Alcalá de Henares)
Formación sacramental

INICIACIÓN CRISTIANA Y SACRAMENTOS

Resolver la gran pregunta «¿quién soy?» queda referida a «¿quién quiero ser?», es decir, queda en las manos de cada uno y en los criterios que decida usar para responderla.

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