En la naturaleza los átomos no se encuentran solos, sino formando compuestos con otros átomos. Eso es lo normal, que permanezcan unidos entre ellos, porque unidos a otros átomos encuentran la estabilidad que por sí mismos no alcanzan.

Para llevar a cabo esta unión, los átomos pueden unirse mediante tres tipos de enlace: iónico, covalente y metálico. En los tres hay algo en común: lo que ponen en juego son los electrones (pequeñas partículas que se encuentran dentro del átomo y que tienen carga negativa). Cada átomo necesita un número de electrones para alcanzar la estructura que les confiere estabilidad y, para ello, o tomarán electrones o los cederán. Ahí está la clave para unirse entre ellos: en quién toma y quién cede electrones, y cuántos. Los electrones son, como les digo a mis alumnos, la moneda de cambio, la razón verdadera por la que se buscan los unos a los otros para formar los diferentes compuestos que componen nuestro mundo.

Así, cuando dos átomos se unen por enlace iónico, uno de ellos debe estar dispuesto a ceder y el otro a aceptar electrones. Digamos que cada uno de ellos reconoce «de qué pie cojea» y busca quien le complemente. El resultado es la unión perfecta: la estructura iónica está compuesta por un metal, que cede electrones, y un no metal, que los toma. Y en esa estructura, los átomos que la conforman serán los necesarios para que exista esa cesión-aceptación de electrones en su número adecuado. No se une cualquier dador con cualquier aceptor. Deben encontrar el uno en el otro la complementariedad que necesitan y la estabilidad que ansían.

Pero no todos los compuestos que existen están formados por aceptores y dadores de electrones. También nos encontramos compuestos en los que todos los átomos que lo forman tienen tendencia a aceptar electrones, y ninguna para ceder. ¿Cómo se las apañan entonces? Pues de una manera muy práctica: comparten electrones. Esta es la base del enlace covalente. Los átomos que se unen covalentemente comparten tantos electrones como necesitan para lograr la estabilidad que cada uno, de forma independiente, necesitan.

Algo parecido ocurre en el tercer enlace, el metálico. Aquí, todos los átomos que forman parte de una unión metálica son, cómo no, metales, y como tales, solo pueden ceder electrones, no tomar. Entonces, para alcanzar la estabilidad que necesitan, se unen conformando una estructura en la que hacen lo que saben hacer: ceder electrones. Pero, claro, al ceder electrones, quedan cargados positivamente y podrían repelerse entre ellos y, por tanto, desestabilizar la unión. Para evitar eso, la estructura se vale de esos electrones que se han cedido, los cuales «pululan» entre los átomos evitando la repulsión. Digamos que «median» para que el enlace sea posible.

Ceder, tomar, compartir…¿no sería eso justamente lo que necesitaríamos para que nuestras uniones, me refiero a las que desarrollamos las personas entre nosotros, fueran estables y duraderas? Los electrones serían nuestros valores, los dones y habilidades que disponemos cada uno. Cederlas y compartirlas enriquecerían a otros que no tienen lo que nosotros tenemos, y nosotros podríamos tomar (en el buen sentido, entiéndanme) lo que generosamente otros están dispuestos a darnos para sentirnos plenos. No es más que eso. Sin embargo, ¡qué bien se les da a los átomos y qué nos cuesta a nosotros! ¡Cuánto tiempo malgastamos mirándonos solo a nosotros en vez de tener una mirada amplia, global, que busca el bien común!

Por cierto, no todos los átomos aparecen unidos en la naturaleza formando compuestos. Hay algunos están aislados, sin formar compuestos. Son los gases nobles. ¿Y por qué no se enlazan con otros átomos, como hacen los demás? Porque no lo necesitan. Ellos, por sí mismos, ya tienen estabilidad. De hecho, la estructura que buscan alcanzar todos los átomos para lograr dicha estabilidad se llama «estructura de gas noble».

A día de hoy algunos nos creemos gases nobles y nos empeñamos en aislarnos sin estar preparados para ello. Porque solos, cada uno por nuestro lado, no estamos completos y nunca lo estaremos. Nos necesitamos. En la unión, en la relación con el otro, nos completamos de manera individual y completamos al otro. Jesús así también lo creyó. Por ello nunca fue por libre. ¡Y eso que Él sí podría ser algo así como «un gas noble»! Jesús creyó en la riqueza del grupo, de la comunidad, y nos lo dejó bien claro. «Amaos los unos a los otros». Así de sencillo, así de claro. Juntos todo es mucho mejor.

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