MÍSTICA DEL CUIDADO I: ANCLADOS EN LA REALIDAD

El cuidado se experimenta desde una determinada mística. Y la mística anida en la realidad vivida en profundidad. No está fuera de la realidad ni es una experiencia propia de gente extraña o perfecta. Acontece en personas que abren de par en par la ventana de la vida y en ese mismo dinamismo se zambullen en ella. Etty Hillesum experimenta la persecución de los judíos en medio de la II Guerra Mundial. Conoce la realidad y la sufre: «conozco la enormidad del sufrimiento humano», y esa experiencia cala en ella, pero no le hace caer en el derrotismo. Más tarde, ya en el campo de concentración, escribe: »podemos sufrir, pero no debemos sucumbir».

La realidad está ahí, no la pongo yo. De alguna forma la realidad se me impone, con sus luces y sus sombras, y es preciso tomar conciencia de este hecho. La realidad me religa, me empuja desde atrás. No es que yo vaya a la realidad, es que estoy lanzado desde ella. La realidad me viene dada, es un don y es el fundamento de la experiencia espiritual. Zubiri hablaba del poder de lo real. No «vamos a» la realidad como tal, sino que por el contrario «venimos de» ella. Y la realidad nos habla y la podemos escuchar.

Sin saber estar adecuadamente en la realidad no hay acceso a la vida mística. La mística del cuidado acontece en la misma realidad donde se reciben los cuidados primeros, si somos capaces de identificarlos y nombrarlos con agradecimiento; acontece en medio del sufrimiento que se ha generado a lo largo de la pandemia que protagoniza la realidad global.

La crisis del paradigma civilizacional en el que vivimos contribuye a que emerja el paradigma del cuidado en la medida que constatamos que la civilización del progreso es incapaz de dar respuesta a los graves problemas que este modo de civilización ha creado, comenzando por el cambio climático y sus múltiples efectos en el planeta y en nuestra vida cotidiana. Como advierte el papa Francisco en Laudato Si’, la contemplación de la realidad que vivimos «ya nos indica la necesidad de un cambio de rumbo» (LS 163).

Y, sin embargo, la construcción de un nuevo paradigma alternativo no surge solo como respuesta novedosa ante problemas viejos, sino como emergencia de un nuevo nivel de consciencia de humanidad. «Tomada en su conjunto, la humanidad se encuentra todavía en la edad infantil», escribe el monje y maestro zen Willigis Jäger. La humanidad como tal aún no ha llegado a su edad adulta. Con todo, esta humanidad puede dar mucho más de sí. Puede dar lo mejor de sí misma, que aún se encuentra casi por estrenar. Para ello hay que despertar del sueño de inhumanidad en el que vivimos.

Este dar de sí lo mejor se ancla en la posibilidad de crecer espiritualmente, sumergiéndonos en la espesura de la vida personal, social y planetaria. «El mundo en el que nos adentramos será espiritual o no será», afirma Boff. Esto significa hacer de nuestra vida cotidiana una experiencia de conexión con la fuente del cuidado que cuida, de la que brotamos a la vida y desde la que nos impulsamos para vivir.

Cuenta el filósofo Bernardo Toro que, estando un tiempo en Tailandia visitando escuelas rurales, se internó en una de ellas y pidió permiso para entrar en las aulas. Le llamó la atención que, antes de cada clase, los alumnos, de todas las edades, hacían unos minutos de silencio contemplativo. Es la revolución espiritual que nace del vivir conectado a una fuente de energía distinta a los fundamentos económicos, sociales y culturales que nos han traído hasta nuestro actual estado. Es una forma de ensanchar radicalmente la vida. No es una teoría sino una práctica cotidiana que impulsa a saltar de nivel de conciencia.

El ser humano encuentra en el cuidado su sello más característico, su huella singular. Adentrarse en los cuidados recibidos como humanidad y como personas individuales nos permite tocar misteriosamente un tipo de mística ecuménica. Ciertamente vivimos en un auge de la espiritualidad a muchos niveles, que corresponde en buena parte al declive de no pocas instituciones religiosas. Los cristianos podrán encontrar en esta mística al Dios todocuidadoso que inaugura en Jesús de Nazaret una nueva manera de ser y de sentir con otros. Creyentes de otras religiones igualmente podrán incorporarse a esta mística. Y tantas personas no creyentes pueden conectar con la respiración que anima al universo entero y que irradia cuidados recibidos y otros por atender.

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