Si tenemos que buscar un pecado entre la personalidad de Suger, tal vez podemos hablar del orgullo. Sin embargo, no pecó de humildad cuando habló de sus logros artísticos y administrativos; tenía una memoria excelente y un fuerte sentido de la historia; gran habilidad oratoria, tanto en francés como en latín; repetidas veces se enorgullece de escribir tan rápidamente como podía hablar. Nos dejó tres monumentos históricos que nos ayudan a comprenderle: sus escritos acerca de las reformas administrativas y financieras en la abadía de Saint-Denis; su testamento escrito el 17 de junio de 1137; y, su imagen en las puertas y en las vidrieras del templo que reformó. Se glorificó a sí mismo al conservar el poder de la monarquía francesa durante sus años de regencia y al enriquecer, reconstruir y decorar su iglesia de Saint-Denis. En este sentido, hay que apreciar que Suger consideró, siempre, a Dios como autor de la iglesia, que él sólo construyó y patrocinó.

Nos importa mucho analizar la personalidad adulta del abad para poder comprender su relación con el arte que él fundó. Es indudable que su compleja personalidad tuvo que estar relacionada con su formación benedictina: su autodisciplina y su habilidad para no exteriorizar sus pensamientos y sus sentimientos configuran gran parte de su personalidad histórica. Este entrenamiento monástico en sus años adolescentes, influyó también en su determinación a la hora de emprender nuevas realizaciones, cuando tuvo que gestionar diversos monasterios e, incluso, su propio país como regente.

La evaluación e identificación del pensamiento de Suger no es fácil, ya que no se trata de un teólogo ni de un pensador sistemático. No dejó escritos teológicos sino administrativos y poéticos; no se trata de uno de los grandes pensadores del siglo XII, sino que ejerce como constructor y gestor. No obstante, es justo que nos preguntemos: ¿qué conjunto de ideas teológicas influyeron en Suger para la construcción de la nueva abadía? ¿Qué pensadores atrajeron su atención y dieron alas a su nuevo proyecto de arquitectura?

Para trabajar de forma analítica, con los investigadores de este período, buscaremos pistas tanto en los poemas de Suger, como en el arte que proyectó para su iglesia. En este sentido, cobra una especial importancia la portada central de la fachada oeste de Saint-Denis; su iconografía parece engañosamente simple, pero hay que analizarla con detenimiento. Tal vez no es este el momento de realizar este trabajo, pero sí conviene acercarnos a lo que se encuentra representado en las puertas de bronce, que abren y cierran la portada. Se trata de unas puertas, que, destruidas durante la Revolución Francesa, han sido restauradas con minuciosidad y exactitud. Tienen ocho medallones con escenas de la vida de Jesús y un poema de ocho versos, inspirado en las teorías del Pseudo-Dionisio Areopagita.

Los medallones de la puerta presentan un cuidadoso programa iconográfico en forma de U, empezando por la izquierda arriba y terminando por la derecha:

Beso de JudasAscensión
Juicio de JesúsEmaús
Cruz a cuestasResurrección
CrucifixiónSepultura de Jesús

Imposible no fijarse en uno de ellos, que es notablemente diferente: representa el encuentro de Jesús con los caminantes que van a Emaús. Aparece una figura echada que ofrece algo nuevo por debajo de la mesa donde Jesús está partiendo el pan; se trata de nuestro protagonista, el abad Suger. Sin duda, esto nos hace tomar con una nueva perspectiva, tal vez programática, esta perícopa del evangelio de Lucas.

Sin duda, el hecho de que el relato de Emaús haga pasar a los caminantes de ciegos a videntes, en el momento concreto de «partir el pan» es algo significativo para Suger, que podría haber colocado su figura en cualquiera de los ocho medallones de la puerta. Es como si nos estuviera subrayando la necesidad de ver de una forma nueva al Señor, una forma donde la visibilidad sea mayor, una forma luminosa.