CRUCES IN MEMORIAM, MUERTE Y VIDA ENTRECRUZANDO EL CAMINO

«Nos preocupamos más del morir que de la muerte. Concedemos mayor importancia a cómo afrontar el morir que a cómo vencer la muerte. Sócrates superó el morir, Cristo superó a la muerte. Afrontar el morir no significa todavía afrontar la muerte. La superación del morir se halla en el ámbito de las posibilidades humanas; la superación de la muerte es la resurrección. Si algunos hombres creyeran realmente esto y se dejaran guiar por esta idea en su actuación terrestre, muchas cosas cambiarían. Porque la pascua significa vivir a partir de la resurrección»[1].

La idea veterotestamentaria de la muerte está muy relacionada con los aspectos espaciales: un reino o casa (Job 17,13) con habitaciones (Prov 7,27) y puertas (Sal 9,14) que se caracteriza por estar fuera de los límites de la vida, en otra situación o dimensión. Por eso, no solo se la relaciona con el sepulcro sino también con todo aquello que está en las profundidades: el mar (Sal 69,2. 16; Jon 2,4) y el desierto (Jr 2,6. 31; Os 2,5). Podríamos decir que el reino de los cielos es el «no mundo», el sitio alejado de Yahvé. Por eso, las situaciones marginales de esta vida como son la enfermedad, la persecución, la desgracia, la pobreza o el hambre son consideradas situaciones de pre-muerte: los pecadores se encuentran ya en esta vida en el «sheol» (Prov 9,13-18; 13,14). Se trata del «lugar sin retorno» (Job 3,11ss; Eclo 38,21) donde no se alaba a Yahvé y el hombre pierde cualquier posibilidad de desarrollar su personalidad de forma irremediable.

El Nuevo Testamento presupone la visión veterotestamentaria de la muerte. Ella es una fuerza relacionada con el demonio (Jn 8,44; I Cor 5,5; Hb 2,14) que condiciona la vida del hombre. Sin embargo, observamos una transformación en relación con el Antiguo Testamento debida a la influencia de la literatura apocalíptica del judaísmo tardío. El hombre puede superar la muerte gracias a la acción salvífica de Dios, a través de la resurrección y del establecimiento de un nuevo momento en la Historia de la Salvación: el Reino de Dios. Podemos afirmar que la muerte terrena solo es absoluta si va seguida de la muerte escatológica (Mt 7,13; Hb 10,39; II Pe 3,7; Ap 17,8.11).

Para Juan el mundo está en pecado de incredulidad (cf. Jn 1,9-11) y se trata de una falta responsable que aboca a la muerte. Los hombres han preferido las tinieblas a la luz (Jn 3,19) y están ciegos (Jn 9,39ss). En Jesucristo no reconocen al Enviado de Dios (Jn 3,17.19; 6,14; 9,39; 12,46), ni que su muerte quita los pecados (Jn 1,29). El desarrollo de la fe en Juan es más radical que en los otros evangelistas porque afirma que quien cree ya ha pasado de la muerte a la vida (Jn 5,24) y quien guarda la palabra de Jesús no morirá (Jn 8,51s). El gran signo de esto es la resurrección de Lázaro (Jn 11, sobre todo, v. 25s). La muerte se convierte en juicio para aquellos que, incapaces de amar, sucumben a la incredulidad; sin embargo, el que cree y ama alcanza la salvación y la vida eterna (Jn 20,31).


[1] D. BONHOEFFER, Resistencia y sumisión, Ed. Sígueme, Salamanca 1983, p. 152.