Al principio, cuando vi por mi primera vez esta imagen, solo se me imponía una gigantesca mole de hierro en gran parte oxidado. Un enorme buque que llega a puerto. Solo si agudizamos la vista logramos distinguir tres personas que están sentadas en el timón de ese barco. Son tres nuevos migrantes que han viajado de esa manera desde Nigeria hasta Canarias.

Aquel barco era un petrolero. Traía el combustible que tanto necesitamos para pasar sin angustia nuestro invierno europeo. Los tres migrantes viajaban en la pala del timón, sin saber dónde irían a parar. ¿Tres polizones? Acaso sean tres recordatorios de cómo estamos organizados, de cuáles son nuestras prioridades y la manera de responder acerca de qué clase de vida merece ser vivida y qué clase de muerte no merece ni siquiera ser llorada, porque nunca nos enteraremos. En la ruta canaria, durante 2021, murieron más de 1100 migrantes.

En nuestras organizaciones educativas, formales y no formales, deberíamos detenernos unos minutos ante esta imagen; tal vez deberíamos dejar atrás planes y campañas de sensibilización y tan solo contemplar la pequeñez humana frente a la grandeza de un progreso que atesora petróleo descartando vidas humanas.

Estos tres valientes representan  las afueras de nuestro mundo. «Las afueras son la comarca de lo humano», escribe Josep Mª Esquirol. Ahí, en las afueras, la vida y la esperanza se despliegan con todas sus fuerzas, y hay un anhelo de justicia que permite iniciar viajes imposibles. El desamparo y la lucha por la vida tensan las cuerdas de una voluntad indomable. Es la certeza de que lo más intensamente humano habita en las vidas sin casa de esta gente.

Para dejar venir y que las afueras entren hasta el fondo (porque, como en los bares, al fondo siempre hay sitio), es preciso iniciar antes un proceso de depuración donde quienes habitamos el Norte del planeta podamos dejar ir lo que no es esencial en nuestras vidas. En este sentido, las afueras se convierten en una suerte de valor ético enormemente fecundo.

  • Las afueras nos cuestionan ese minúsculo nosotros que hemos construido a golpe de identidades particulares inquebrantables, basadas en criterios exclusivamente supremacistas. Ni mi religión, ni mi país, ni mi lengua, ni el color de mi piel me hacen ser más que otro; tan solo soy, tan solo somos distintos y complementarios. Y juntos podemos ensanchar ese nosotros en una convivencia necesaria.
  • Las afueras nos provocan el permanente desplazamiento interior que nos hace preguntarnos qué es lo central y qué es lo periférico para habitar espacios compartidos. Apunta a inversión de valores, prioridades y planes. Y también a profundizar en aquellos proyectos donde la inclusión está forjando nuevas realidades educativas y organizacionales.
  • Las afueras nos invitan a participar en redes de vida digna, donde el apoyo mutuo, la solidaridad y el cuidado se convierten en relatos de trozos de bondad y de trabajo por la justicia.
  • Las afueras nos educan en la hospitalidad necesaria que nos permite reconocer no solo que en este mundo cabemos todos, sino que debemos caber todos.
  • Las afueras nos conectan con el corazón de lo humano en un mundo hiperconectado y atrofiado de novedades que nos despistan de lo esencial. Porque lo esencial -quizá- tenga que ver con la creación de vínculos duraderos con todo lo vivo y, en especial, entre los seres humanos.
  • Las afueras nos convierten en seres fronterizos, habitantes de las fronteras entendidas no como límite irrebasable, sino como espacio transgredido y habitable porque todas las vidas importan.

Nos adentramos en días de descanso, celebración y fiesta. Para los seguidores de Jesús de Nazaret la Navidad es la celebración del nacimiento en las afueras de la ciudad del “Dios con nosotros”. De nuevo las afueras se hacen presentes en medio de esta humanidad doliente. Es un buen momento para detenernos en la imagen del petrolero y los tres migrantes sentados en el timón. ¿Hacia dónde se dirige nuestro barco planetario? ¿Y nuestro barco educativo? Replantear el rumbo desde el cuidado implica hacerse cargo de que las afueras son aliento y esperanza, de que el amparo ha de ser más consistente que el dominio y que la justicia para los últimos ha de prevalecer frente a la ley que privilegia al petróleo frente a las vidas humanas.

Cuidarnos

RACISMO DE ANDAR POR CASA

Mirar al otro diferente como otro ser humano, vecino del barrio y del planeta, probablemente nos conduzca a sentirnos paisanos unos de otros y unos con otros.

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