DEL MACHISMO TAMBIÉN SE SALE

El éxito deportivo de unas extraordinarias jugadoras de fútbol quedó eclipsado por una bravuconada machista del presidente de la Real Federación Española de Fútbol. Así empezó todo. Más allá de opiniones, charlatanería de ocasión y alcance jurídico de los excesos, animo a no perder la perspectiva como educadores. Si el acontecimiento ha de ser nuestro maestro interior, como insistía Mounier, hagamos de este acontecimiento una oportunidad de aprendizaje.

Lo que ha ocurrido ayuda a desenmascarar muchas situaciones a las que nos habíamos acostumbrado. Porque la costumbre es “lo de siempre”, hasta que “lo de siempre” ya no vale, no solo porque está desfasado y oxidado, sino porque es radicalmente injusto, en este caso con las mujeres. ¿Y qué es lo que queda desenmascarado?

En primer lugar, que asistimos en muchos contextos laborales a una auténtica dinámica de abuso de poder que no puede quedar reducida a casos aislados. Lo que hemos visto por televisión y por las redes no es un acto censurable y una agresión sexual solo, sino que forma parte de una dinámica de mal trato a las jugadoras, que va desde el paternalismo al trato profesional desigual en relación a los futbolistas varones en múltiples aspectos.

En segundo término, queda desenmascarado que las relaciones asimétricas siempre tienen límites, y en el ámbito laboral también. Ya no tiene más recorrido que el jefe, por el hecho de ser jefe, pueda hacer lo que quiera buscando la sonrisa y el asentimiento cómplice de la víctima y del resto de deportistas, en este caso. Se acabó. Las relaciones asimétricas en el trabajo son relaciones entre jefe y personal empleado, y ese poder hay que administrarlo con sabiduría y justicia. Por el hecho de ser jefe no estoy legitimado para traspasar los límites del respeto. Justamente porque somos iguales en dignidad el otro es tan legítimo como yo. Ni yo soy más por ser jefe ni la otra persona es menos por ser empleada.

Queda desenmascarada también la masculinidad como férrea defensa de lo que “siempre ha sido así”. Pues no. Desde hace años, muchos varones hemos tomado conciencia de que necesitamos hacer un fuerte trabajo interior para abandonar actitudes, tics, valoraciones y expresiones que ya no se sostienen por injustas, por machistas, por supremacistas. Y este descoloque de nuestra masculinidad hay que agradecerlo al empuje y valor de tantas mujeres que, acuerpadas en la calle, han reivindicado derechos y están empujando el cambio de época que estamos atravesando como humanidad.

Hemos de aprovechar la oportunidad educativa de este acontecimiento para enmarcarla precisamente en el cambio epocal que vivimos. Cambiar la mentalidad y la cultura de determinada gente va mucho más despacio que la promulgación de leyes y la elaboración de códigos éticos. Es verdad que hubo agresión sexual, penalizada por nuestro ordenamiento jurídico; es verdad que este jefe transgredió el protocolo sobre “violencia sexual” de la propia Federación Española de Fútbol, donde aparece la norma clara de “no besar a la fuerza”. Pero no ha sido suficiente.

Falta la convicción personal que me lleve a apreciar al otro como persona, no como cosa; falta que demos como colectivo masculino el giro narrativo que nos haga posible ver la realidad desde un lugar interior que no es el del dominio sino el del respeto a la dignidad de toda persona. Entonces comprenderemos que hay cosas que no se deben hacer. No solo porque esté penalizado o porque sería un incumplimiento del protocolo o la norma, sino porque va contra la lógica de los valores que nos hacen crecer como personas y como sociedad. Cambio de mentalidad y cambio estructural serán dos ejes del mismo movimiento transformador.

En estos días, en un pueblo de Granada en fiestas, el ayuntamiento hizo un regalo a sus vecinos: a los hombres, una botella de licor para beber; a las mujeres una bayeta para limpiar. En efecto, queda mucho por hacer. El machismo es una forma de estar en el mundo, de instalarse en él y de dominarlo. Es una forma de tratar a la mujer desde la prepotencia, el control y el sentido de superioridad; es decir, es un maltrato como forma de relación.

Desde la educación formal y no formal estamos llamados a generar una cultura igualitaria que termine de despedir el patriarcado como modelo relacional. Si cuidar es crear vínculos sanos, hemos de aprender a luchar contra los vínculos tóxicos que perpetúan un machismo corrosivo. Del machismo también se sale, pero hemos de empujarlo para que salga del todo.

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