COMO ABEJITAS ATAREADAS

Hace poco leí que las abejas son muy importantes (“cruciales”, decía el texto, concretamente) para el ecosistema y la supervivencia del planeta. Me sorprendió mucho el dato. ¿Las abejas? ¿Un insecto?

Se debe a la polinización, que es un proceso mediante el cual el grano de polen llega al estigma de una flor, donde fecunda sus óvulos, haciendo posible que se formen semillas y frutos. Pues el agente polinizador más activo es la abeja. Esta, al recoger néctar y polen de una flor y desplazarse a otra, hace posible la reproducción de muchas plantas. Además, parece ser que las abejas también juegan un papel importante en el control de plagas. En ese ir de flor en flor, arrastra en sus patitas un tipo de hongo que neutraliza parásitos y bacterias.

Es tan trascendente el papel de este insecto para la continuidad de la vida en la Tierra, que hay un día dedicado a él: el 20 de mayo es el Día Mundial de las Abejas, un día en el que se pretende recordar la importancia de estos insectos, ya no solo por lo que hacen por la conservación del ecosistema, sino también por los productos que elaboran, algunos muy importantes para la salud de las personas, como la miel, el propóleo (un antiséptico y anticicatrizante natural), la jalea real o la cera.

Ahora quedaría muy bien hacer una similitud entre la abeja y las personas buenas por aquello de las pequeñas cosas y todo eso, ¿verdad? Es muy previsible que lo añada en el artículo. Pues sí, es lo que voy a hacer. Quiero hablar de la importancia de esas personas que, en silencio, en el día a día, hacen mejor la vida de otras personas. Son como abejitas frotando sus patitas en los pétalos de una flor. Silenciosas y atareadas. Esas personas no se hacen notar, pero, en cuanto faltan, ya nada funciona igual. Es como si hubieran dejado un hueco. Ahora mismo tengo en mi cabeza a una en concreto, con nombre y apellidos, a la que no mencionaré aquí, pero que para mí es una abejita de la que he aprendido un montón.

Pero en este momento quiero llamar la atención sobre una abejita concreta: sor Geneviève Jeanningros. A lo mejor, así, por el nombre, no sabes quién es. Pero si has estado estos días atento o atenta a la televisión la habrás visto. Es la monja que se saltó el protocolo (o dejaron que se lo saltara) para acercarse al féretro del papa y despedirse de él. Francisco, o Jorge Bergoglio, era su amigo, alguien con quien compartió vocación y amor por los pobres. Delgada y recortada, con su hábito azul grisáceo y una mochila vieja a la espalda, lloraba su marcha, seguro que con el dolor que provocan el vacío y la pesadumbre que dejan la muerte de un ser a quien has querido mucho.

Sor Geneviève es de la orden de las Hermanitas de Jesús. Vive en una caravana en un circo, atendiendo a las personas que trabajan allí, así como a prostitutas, homosexuales y transexuales. Cada miércoles las llevaba a la audiencia general del papa. De ahí surgió su amistad con él, consiguiendo incluso que Francisco visitara el parque de atracciones en el que vivía, y conociera a los feriantes.

En el entierro apareció acompañada de dos transexuales. Allí, un periodista le preguntaba en español y las mujeres que la acompañaban le traducían. Pero sor Geneviève no quería hablar mucho. En un italiano con acento francés, contestaba a las preguntas con pocas palabras, tímidamente, sin dejar de sonreír, pero deseosa de acabar con ese momento de micrófono y cámara, que para nada iba con su carácter sencillo, o con el estilo de vida por el que había optado: el de una abejita que, entregada a su labor, iba de persona en persona, dejando aquí y allá pequeños granos de amor que pudieran hacer surgir la vida y la esperanza donde casi se daba por desaparecida.

A estas personas nadie las conoce, no salen en la tele ni en las redes sociales. Nadie habla de ellas en las noticias ni ganan ningún premio que las saque del anonimato. Pero les da igual, porque no es en ellas mismas en quienes han puesto el foco y centro de su vida, sino en la vida de los demás.

Así que gracias, papa Francisco. Y gracias, sor Geneviève. Por vosotros el Evangelio resuena con fuerza y con verdad en el mundo ahora, en estos tiempos en que nos hace falta creer en Dios, aunque ni siquiera lo sepamos. Benditos seáis por siempre.

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