Los guardianes de la institución respiran tranquilos. El papa hereje que apenas hablaba de doctrina, y que se preguntaba quién era él para condenar a un homosexual, o cada vez que entraba en una cárcel e igualmente se interrogaba “¿por qué ellos sí y yo no?”; ese hombre ya no está entre nosotros. Para muchos, un problema menos. Ahora todos miran al sucesor.
Resulta curioso cómo este papa ha sido más querido y valorado fuera de la institución eclesiástica que dentro de ella. Nos encontramos ante un líder moral en un tiempo convulso y donde se necesitan brújulas éticas. Me gustaría señalar algunas prioridades que nos ha dejado por si nos sirven para el buen vivir y el mejor convivir:
Callejear la vida. Uno de los símbolos acuñados por el papa Francisco fueron sus viejos zapatos negros, esos con los que se manifestó junto con los colectivos ecologistas en la Cumbre del Clima en París, en 2018; esos con los que quiso ser enterrado. Pronto dejó dicho “¡no balconeen la vida!”. Vivir es implicarse en la malla existencial donde acontecen las luchas y esperanzas de la gente. Quedarse fuera y arriba ha sido la postura tradicional del que todo lo sabe y nada hace, de quien habita en la vida resuelta y nada sabe de intemperies. Callejear es pensar con los pies sobre el camino que se va haciendo con otros, como hizo Pedro Casaldáliga; callejear es aprender de los últimos y llevarlos en el corazón comprendiendo que ellos y ellas nos indican el camino a seguir, como supo hacer Óscar Romero; callejear es atreverse a preguntar –como Simone Weil− “¿cuál es tu sufrimiento?” y así lo expresó el papa Francisco en cada llamada a Gaza, en cada encuentro con tantas personas desvalidas, quizá porque el sufrimiento de la gente le conmovía hasta los huesos.
Tanto líder se queda balconeando la vida que sus palabras no calan, solo se reciben como “ordeno y mando” que se depositan en la mochila de la obediencia ciega, sabiendo que ya los tiempos de esta sumisión han pasado. Balconear no tiene ideología; basta ausentarse del principio realidad. Como decía Miguelito, el amigo de Mafalda: “He decidido enfrentar la realidad, así que apenas se ponga linda me avisan”. Por el contrario, quien callejea no necesita de avisadores externos porque en el camino andado y compartido ya estamos detectando por dónde vienen los golpes de la exclusión y escuchamos de primera mano los excesos y las necesidades.
Una segunda prioridad que nos dejó marcada el papa Francisco la pronunció en innumerables ocasiones: ¨¡Atrévanse!”. Mejor equivocarse que encerrarse; “necesitan tener el coraje de atreverse, no dejar que el miedo asfixie su creatividad, no dudar hacer cosas nuevas”. Lo nuevo nos espera, y ello supondrá equivocaciones y caminos errados, pero esa posibilidad no puede conducirnos al inmovilismo o al fatalismo de “todo va a salir mal”. En muchas instituciones y organizaciones sus componentes son “piezas de museo”, como denunciaba Francisco, y hay que saberse sacudir esa disposición tan temerosa.
El Pacto educativo global lo titula el papa Francisco “Juntos para ir más allá”. Se trata de ir más lejos de lo convenido y no conformarnos con reformas coyunturales. Si lo que está en crisis “es nuestro modo de entender la realidad y de relacionarnos” hay que saber “construir nuevos paradigmas capaces de responder a los retos y emergencias del mundo contemporáneo”, sin olvidar que las grandes transformaciones “no se construyen en el escritorio”. De nuevo la llamada a callejear. Pensar en la acción y actuar desde la reflexión.
Solo callejeando podemos estar atentos a lo inesperado que surge a cada paso que damos. El papa Francisco nos dejó el legado de saber estar anclado esperanzadamente en la vida real y no en las teorías de los categóricos ni en las normas de comportamiento de los moralistas. Callejear la vida es amarla y cuidarla poniendo nombre propio a cada uno de los vivientes con los que nos encontramos.
Para ello importa mucho “que demos un salto hacia una nueva forma de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado” (FT 35). Callejear, saltar hacia dentro y descubrir que nos necesitamos. Gracias, Francisco.