EL RESPETO O EL ARTE DE DEJAR APARECER

La educación presidida por el cuidado tiene en el respeto un lugar de verificación relevante. Para Josep Mª Esquirol, el respeto está relacionado con dos dinamismos complementarios: la mirada atenta y la distancia adecuada. La mirada atenta cabe en las distancias cortas, y ahí el respeto se fragua en su etimología, a partir del verbo respicere, que significa “mirar atrás”, “volver a mirar”, “mirar atentamente”. Una distancia mínima es condición de una mirada digna de respeto, al igual que lo es una atención cercana y cálida. Para respetar hay que aprender a mirar con atención, centrándonos en la persona que tenemos delante.

En el respeto, por tanto, se combina el mirar bien y la aproximación física adecuada. Mirar es una forma de leer la realidad. Al mirar al otro, si lo miro bien, lo leo e interiorizo en tanto que realidad sagrada, como fin último que no puedo reducir a un medio para satisfacer resultados, ambiciones o planes personales. Mirar bien, por tanto, significa leer adecuadamente el mundo que el otro nos muestra: su situación vital, sus condicionantes ambientales y familiares, sus posibilidades y limitaciones. Ha de ser una mirada apreciativa, que busca conectar con la esencia de la otra persona, que nos conduce a ver lo mejor de ella, y no reducirla a problema o dificultad. Si no se mira, no terminamos de ver o vemos solo lo que nos interesa. El respeto depura la mirada hasta hacernos mirar con el corazón, perforando la mirada no como la del Inquisidor que todo lo juzga, sino como la del místico que queda desinstalado en la presencia del otro.

La aproximación física requiere saber regular las distancias para encontrar la distancia adecuada. En el campo de los acompañamientos en los entornos pastorales, espirituales, educativos o de acción social esta consideración es relevante. La distancia que nos separa progresivamente y ve al otro a lo lejos deviene en indiferencia. Mientras que la anulación de distancias que confunde roles nos pone a los pies del abuso. La distancia adecuada es el resultado del cuidado con el que miramos y estamos con el otro.

El respeto va de la mano de la atención cuando suspendemos el juicio ante el otro y acontece el milagro de dejar aparecer al otro tal y como es. Del biólogo chileno Humberto Maturana he aprendido que dejar aparecer es un modo peculiar de amar desde el respeto y la consideración que el otro merece.

Dejar aparecer conlleva un movimiento pasivo por mi parte. No “voy a” si no que “ dejaré que suceda”. ¿El qué? El encuentro. Esa predisposición me ayudará a escuchar y atender  las necesidades que el otro me presenta: la necesidad de consideración, de ser tenido en cuenta, de ser escuchado, de ser visto. En la pasividad de mi no acción dejo espacio a la iniciativa del otro, sobre todo cuando atraviesa una situación de miedo, vergüenza o culpa. Al dejar aparecer es más fácil que quien está a nuestro lado se muestre desde la vulnerabilidad que le habita.

Esto solo es posible cuando al dejar aparecer suspendo teorías, prejuicios y todo tipo de consideraciones que van de mí hacia el otro. El objetivo de esta suspensión de juicio es que el otro sea y pueda ser. Al soltar expectativas, exigencias y certidumbres dirigidas al otro quedo desnudo, abierto y curioso para celebrar el aprendizaje del encuentro. Dejar aparecer es un acto de humildad y de valentía desde el respeto por uno mismo y por el otro. Al dejar aparecer, el hilo de la conversación gira hacia lo que el otro muestra para que yo, sencillamente, acierte a escucharlo; en ese movimiento ético uno ve al otro solo en la medida que no lo exige, en que le permite ser. Y en esa medida generamos un espacio de convivencia único. Cuando el Dalai Lama escuchó del propio Maturana qué era ese dejar aparecer, el monje tibetano confesó: ese es el desapego. El respeto, por último, conlleva un ejercicio de desapego.

Quizá alguien espere la receta mágica que conlleva la técnica del “dejar aparecer”. Pero nada más lejos de la realidad. Más que una técnica pedagógica, dejar aparecer es un arte amoroso. Y nace de la convicción de que el respeto al otro es uno de los modos de construir una cultura del cuidado en nuestros ámbitos organizacionales.